RENE FAVALORO

Genio de la medicina
René Gerónimo Favaloro nació el 14 de julio de 1923 en el seno de una humilde familia platense y se quitó la vida a los 77 años con un disparo al corazón, sorprendiendo a todo el mundo pero también, claro, dejando todo un mensaje en ese gesto final. Vecino del barrio El Mondongo, donde transcurrió su infancia, cursó la primera en la Escuela Nº 45 e ingresó luego en el Colegio Nacional, donde incluso trabajó como celador durante los dos últimos años del bachillerato y obtuvo su diploma en 1941.
Se recibió de médico en 1949 en la Universidad Nacional de La Plata, haciendo su residencia como discípulo de otro prestigioso profesional platense, José María Mainetti, en el área de Cirugía General del Policlínico General San Martín de nuestra ciudad.
Para entonces ya estaba casado con María Antonia Delgado, quien durante las siguientes cinco décadas lo acompañaría en todas las actividades que emprendió, hasta su muerte, en enero de 1998.
Cuando terminó su primer curso de postgrado, también en Cirugía General, en el Hospital Rawson de Buenos Aires, Favaloro decidió iniciar la práctica privada como médico rural junto a su hermano Juan José en Jacinto Aráuz, un pueblito del sur de la provincia de La Pampa, a 130 kilómetros de Bahía Blanca, donde ejerció entre noviembre de 1950 y enero de 1962.
Falto de oportunidades laborales que le permitieran crecer en su especialidad, viajó entonces a la ciudad de Cleveland, en el estado de Ohio, Estados Unidos, donde la célebre Cleveland Clinic Foundation lo acogió primero por tres años y medio como estudiante -desde febrero de 1962 hasta agosto de 1965-, y lo nombró luego miembro de su staff, desde finales de 1966 y hasta junio de 1971.
Pero la jornada que le cambiaría la vida fue la del 30 de noviembre de 1967, cuando se convirtió en el primer médico en el mundo en realizar una operación de anastonosis -popularmente "by pass"- en la arteria coronaria. Favaloro fue el creador de esa técnica, que se considera ahora una piedra fundamental de la cirugía cardíaca y que le valió, 25 años después de aquella primera operación, que el New York Times lo definiera como un "genuino héroe mundial" que ayudó a salvar millones de vidas.
Sin embargo, cuando comenzaban a surgir los primeros reconocimientos mundiales y tras una década profundizando sus conocimientos y desarrollando nuevas técnicas quirúrgicas en los Estados Unidos, regresó al país para quedarse para siempre, asumiendo primero como docente de la Universidad de Córdoba y luego como director del Departamento de Diagnóstico y Tratamiento de Enfermedades Torácicas y Cardiovasculares de la Fundación Gilemes.
Su vida profesional mostró otro salto cualitativo en 1975, cuando organizó y planificó la fundación que lleva su nombre y que se centra en la docencia y experimentación de toda la actividad cardiológica. Firme propulsor de la educación como eje fundamental para el crecimiento armónico y en pacífica convivencia de los pueblos, su pasión por el desarrollo del país lo llevó a condenar sin medias tintas el período violento argentino de los años 70 -al que definió como de "guerra fratricida"- y, 20 años después, los ataques sufridos por la Embajada de Israel y la Amia, participando en actos del grupo Memoria Activa frente a los Tribunales porteños en enero de 1997.
Integrante activo de una treintena de sociedades médicas nacionales e internacionales, entre las más relevantes se encuentran la American Medical Association, la Societé Internationale de Chirurgie, el American College of Surgeons, el American College of Chest Physicians, la Asociación Médica Argentina, el Colegio Argentino de Cirujanos, la Sociedad Argentina de Cirugía Torácica y Cardiovascular, y la Sociedad Argentina de Cardiología, como así también las entidades equivalentes de México, Uruguay y Paraguay.
Miembro honorario de las academias y sociedades médicas de Brasil, Chile, Perú, Panamá, Ecuador y Costa Rica, en su dilatada trayectoria dictó conferencias y cursos académicos en todo el mundo. Entre otros países, lo agasajaron en Colombia, Bolivia, Venezuela, Perú, Brasil, Canadá, Australia, Sudáfrica, Armenia, Italia, Francia, España, Alemania, Rusia e Inglaterra, donde además fue invitado de honor al VI Congreso Mundial de Cardiología, celebrado en septiembre de 1970.
Consultor del Centro Oncológico de Excelencia creado por el profesor José María Mainetti, fue también presidente del Colegio Argentino de Cirujanos Cardiovasculares y de la Sociedad de Cirugía Torácica y Cardiovascular Argentina.
Obtuvo una larga lista de premios y distinciones, entre las que cabe recordar los concedidos por el American College of Surgeons, la American Medical Association y la Sociedad Internacional de Cirugía, las medallas de oro de la Ohio State Medical Association, la Orden del Sol del Perú, los tres premios de la Academia Nacional de Medicina, el premio Konex de brillantes de 1993, y numerosas menciones honorarias y condecoraciones.
Por todos estos lauros, el 6 de septiembre de 1974 la Universidad Católica de Córdoba lo nombró Doctor HonorisCausa y, con los años harían lo propio la Universidad de Tel Aviv, para luego ser designado académico de número de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, el 5 de noviembre de 1976, y de la Academia Nacional de Medicina, el 16 de julio de 1986.
Para entonces, ya había escrito más de 250 trabajos de su especialidad y efectuado casi 14 mil operaciones de by pass y en 1992 había comenzado a construir la clínica con la que siempre soñó: el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular. considerado uno de los centros de salud más relevantes de América Latina, su costo final trepó a los 55 millones de dólares y su nivel de excelencia se equipara a cualquier clínica de los Estados Unidos, país al que siempre tomó como punto de referencia.
Dueño además de una clara línea de pensamiento, se destacó siempre por defender a la Universidad pública, en la que incluso fue delegado estudiantil, pero rescatando la necesidad de iniciar lo que llamaba "una nueva reforma universitaria", que estableciera un examen de ingreso y un arancel general, lo que le valió arduas discusiones con otros prestigiosos académicos. Pero Favaloro, como siempre, no se amedrentó entonces ante la reacción pública y se mantuvo firme en sus convicciones.

Sor MARIA LUDOVICA

La mujer de los milagros
Por Facundo Bañez
Ese 4 de diciembre de 1907 fue imborrable. Llevaba sobre sus espaldas el claro objetivo de misionar en tierras desconocidas y el peso agotador de veinte días de viaje sobre el océano Atlántico, y acaso era todavía demasiado joven para imaginarse en qué terminarían tantos sueños hechos a la hora de la oración nocturna, allá, en su ahora lejana cama del noviciado de Savona. Pero cuando vio desde la baranda del viejo vapor "Lombardía" el caserío de chapa apilado junto al río, los gatos inmóviles sobre los techos portuarios, las ropas tendidas a secar al sol y los barriales de una misteriosa Buenos Aires, nadie duda de que Sor María Ludovica, con apenas 27 años recién cumplidos y un español inentendible, experimentó una reveladora sensación de grandeza, única y nueva, mezcla de angustia tristona por lo que dejaba atrás y emoción caritativa por todo lo que el futuro incierto le tenía reservado.
Había nacido en la madrugada de un 24 de octubre de 1880 con el nombre de Antonia. Era la primera de una familia de ocho hermanos criados y educados por el matrimonio entre Ludovico De Angelis y Santa Colaiani, dos campesinos de San Gregorio, un pueblito de calles angostas y polvorientas de la provincia de L' Acquila ubicado a unos 70 kilómetros de Roma. Los De Angelis vivían en una derruida casona solariega donde la tradición familiar marcaba una sola cosa: quien nacía en esa tierra, trabajaba y moría en esa tierra.
Así lo recibió "Antonina" en su infancia y así lo cumplió con rigurosa dedicación hasta los 25 años, cuando supo que su vida no estaba en esos parajes de mediodías al sol sino en unos más reservados y silenciosos: los parajes de la fe. La primera en saberlo fue su madre, pero Santa Colaiani le dijo a su hija lo único que podía decir una mujer del 1900 en una Italia rural y devota: "Que decida tu padre".
Fueron palabras premonitorias, porque a los pocos días Ludovico reunió a toda la familia y les comunicó la decisión: Antonina los dejaría para ordenarse como monja en un noviciado de Savona. Ni Santa ni Antonia supieron nunca qué fue lo que hizo decidir a don Ludovico luego de largas peleas y repetidas negativas, pero hay quienes juran y perjuran que detrás de esa dolorosa autorización se escondió el ruego discreto pero tenaz de Anselmo, el viejo párroco de San Gregorio con el cual Antonia compartía desde chica sus secretos más celados.
Haya o no haya sido el pedido del párroco del pueblo lo que terminó de convencer a Ludovico, lo cierto es que el 3 de mayo de 1905 Antonia ingresó al noviciado de las Hijas de Nuestra Señora de Misericordia y recibió el nombre de Sor María Ludovica, y apenas unos meses después hizo sus votos de pobreza, castidad y obediencia. Sin embargo, sus días de oración y trabajo comunitario en el convento de Savona no duraron mucho, acaso menos de los que esperaba la propia Ludovica, quien a mediados de 1907 recibió la orden de ir a misionar junto a otras hermanas a hospitales y colegios de Sudamérica.
Fatigada por las horas en vela estudiando el español y nerviosa ante semejante cambio de rumbo, Sor Ludovica salió del puerto de Roma el 14 de noviembre de 1907 en el vapor "Lombardía" junto a otras cuatro religiosas de su congregación. Veinte días después, tras largas noches sin tiempo y tardes de horizontes inalcanzables en medio del océano, el "Lombardía" llegaba al puerto de Buenos Aires con una monja cuya historia recién empezaba a escribirse.
Luego de pasar Navidad y Fin de Año en Buenos Aires, durante los primeros días de 1908 Sor María Ludovica recibió la orden de ir al Hospital de Niños de La Plata para encargarse de la cocina, la despensa y la ropería. Eran tiempos en los que al hospital platense se lo conocía como la "casa grande" y su edificio se reducía a una alambrada, un portón y dos salas de piso de madera con algo más de sesenta camas.
Cuentan quienes la conocieron años después que la monja italiana no durmió ni un instante la noche de su llegada, asustada por la nueva oscuridad, y que rezó cuantas oraciones recordaba para conjurar calamidades y acechanzas de la noche, mientras el murmullo de los niños dormidos en los cuartos vecinos se filtraba por los ventanucos de la antigua sala. Sin embargo, fue habituándose poco a poco a los nuevos olores, a los nuevos ruidos, y no tardó mucho en reconocerse en medio de ese reciente paisaje.
Lo primero que hizo al llegar fue colgar un crucifijo en la pared de su cuarto y organizar la comida de cada día. Trató de imponer criterios novedosos y medidas de seguridad hasta ese entonces no tomadas en "la casa grande", pero no le fue tan fácil como había supuesto en sus entusiasmos juveniles, pues la hasta ese entonces precaria casa de salud se empecinaba en sus supersticiones atávicas, como la de creer que los niños que desaparecían de noche era causa de los fantasmas que ingresaban a la hora del descanso.
Al año de haber llegado, el doctor Carlos Cometto le propuso ser la administradora del centro asistencial, y siete años después, tras la muerte de Sor María Rita Libardi, asumió como madre superiora del hospital. Fueron tiempos de mucho sacrificio, tanto que el empeño de la nueva superiora hacía posible que esa precaria casa de salud empezara poco a poco a ser un ejemplo de hospital en el país y el continente.
La rutina de aquellos días incluía un viaje diario que la superiora emprendía con un grupo de chicos subidos en una carreta municipal para pedir donaciones. Todavía la tuberculosis y el tétanos hacían estragos entre los más pequeños, y la idea de pedir ayuda casa por casa era una de las tantas estrategias que Sor Ludovica veía como herramienta digna y noble para pelearle a las enfermedades.
Las horas que le quedaban libres entre las rondas con la carreta municipal, consideradas de vanguardia para la época, y los proyectos para construir nuevas salas y que ella misma se encargaba de planificar, las consagraba a enriquecer sus conocimientos médicos. Había llegado a tener tanta experiencia en el trabajo hospitalario que a veces ella misma ayudaba a los médicos en operaciones de urgencia, aplicando una careta con éter y cloroformo para anestesiar a los enfermos y hasta colaborando con el vendaje final de una herida.
Entre los años 1925 y 1932 el esfuerzo de Sor Ludovica hizo posible que se construyera el pabellón de cirugía, otro para lactantes y enfermos de otorrinolaringología, un departamento para médicos internos, un salón de sesiones científicas, el servicio de rayos X, consultorios externos, el servicio de odontología, la farmacia, el vestíbulo, la capilla y el lavadero mecánico. En 1934, incluso, la superiora promovió también la construcción de seis salas para enfermos de ambos sexos con capacidad para 180 chicos.
Uno de esos chicos, Diómedes Corneli, ingresó al hospital el 13 de agosto de 1930 con una grave neumonía, y al morir su madre mientras él estaba internado, el destino quiso que quedara al cuidado de Sor María Ludovica. "Ella nos cuidaba como una madre -contaría Corneli mucho tiempo después-. Es más: ella fue quien me salvó la vida".
Lo que cuenta Diómedes ocurrió una tarde de 1934, cuando él y otros chicos estaban en el patio jugando a la pelota. Un pelotazo del pequeño Diómedes fue a parar a los techos del hospital y todas las miradas lo acusaron con un claro y silencioso mensaje: debía ser él quien fuera a buscar la pelota. Diómedes miró a sus amigos con una súplica recóndita de temor, pero ya era tarde y sabía lo que tenía que hacer. Fue así que trepó los cinco metros que separaban el suelo del techo y, ante la mirada atónita y algo temerosa de sus compañeros, trató de manotear la pelota. Trató pero no pudo. En una mala maniobra, pisó mal y fue a parar de cabeza contra el suelo. En un segundo, el patio tranquilo se convirtió en un pequeño charco de sangre y fue invadido por el griterío aterrado de los pibes.
Estuvo tres días en coma, y al tercer día los médicos resolvieron hacerle una delicada cirugía de cráneo. Pero Sor Ludovica se opuso. Nadie sabía por qué, pero ella dijo simplemente que había que esperar. Así lo hicieron, y al día siguiente el pequeño Diómedes abrió los ojos milagrosamente.
Mientras Diómedes se recuperaba y volvía a dar sus primeros pasos, los médicos de la casa de salud se miraban unos a otros sin entender y sin siquiera animarse a pronunciar la palabra sagrada: milagro. Así y todo, y acaso venciendo el respeto sacramental que impartía la italiana, uno de ellos se acercó una tarde a Ludovica y, casi en voz baja, le preguntó por qué se había negado a que se hiciera la operación. La superiora apenas sonrió y, haciendo uso de esa parquedad cordial que alguna vez alguien le elogió, dijo sin inmutarse: "Dios me dijo que no era necesario".
Acaso el trabajo, las horas cansadas y el ir y venir por las calles platenses pidiendo donaciones para el hospital, hicieron que la salud de Ludovica empezara poco a poco a flaquear. En 1935 una dolorosa enfermedad renal la postró durante varias semanas. Los médicos estudiaron el caso y decidieron extirparle el riñón, tras lo cual varias secuelas quedaron en el golpeado cuerpo de la superiora: dolores de cabeza, insomnios, trastornos en las vías urinarias, retención de líquido, hemorragias y una tremenda hinchazón de piernas que la hacía caminar con un andar demasiado lento para quienes la habían conocido años atrás.
Algún tiempo después de la operación, la congregación de religiosas del hospital le propuso a Sor Ludovica tomarse un período de descanso, el primero tras casi treinta años de trajines y desvelos. La superiora se embarcó así en el trasatlántico "Giulio Césare" y ya en Italia pasó sus días visitando laboratorios y hospitales para traer experiencias nuevas en su regreso a la Argentina.
La mañana que volvió al país la bahía berissense era un remanso de aguas tibias. Por encima de la bruma flotante, Sor María Ludovica vio los techos del frigorífico dorados por las primeras luces, vio los palomares en las terrazas de los conventillos cercanos, y orientándose por ellos trató de localizar el lejano lugar en el que debía estar su querido hospital, allá, hacia el oeste, donde suponía que a esa hora los chicos dormían y los médicos empezaban con sus primeras rondas. Esa suposición acaso la llenó de ternura, pero no hizo nada por agigantarla o reprimirla, sino que se valió de ella para hacer lo que ya sabía que tenía que hacer.
A los pocos días de bajar por la explanada del barco y dejar su viaje detrás, el 16 de setiembre de 1937, la superiora pidió ante el ministerio de Obras Públicas una chacra de 47 mil metros cuadrados en City Bell para cultivar y criar animales. El lugar era despejado y tranquilo, con el berrinche de los cerdos amarrados y el alboroto mañanero de las gallinas.
Le siguieron después, en 1943, la construcción de un solario en Mar del Plata y la habilitación de nuevas salas en el hospital platense. En 1951, el ministro de Salud bonaerense Carlos Boccalandro preparó un decreto para que el Hospital de Niños llevara el nombre de Sor María Ludovica pero, por cuestiones administrativas, el homenaje pudo concretarse recién tras su muerte. A Ludovica esa cuestión jamás la inquietó. "No hay mejor homenaje que estar en comunión con Dios", decía siempre, y así lo dijo también pocos días antes de morir, el 25 de febrero de 1962, con 82 años y una titánica obra sobre su encorvada espalda. Ese día, luego de la extremaunción dada por monseñor Antonio José Plaza, las campanas de la Ciudad tañeron lúgubres y el latín de los responsos invadió la capilla del hospital con una suavidad de sábanas recién cambiadas. Esta vez no era arriba de un barco, pero al igual que otras veces la vida de la reciente beatificada monja platense emprendía un nuevo viaje hacia una historia que, aquí también, recién empezaba a escribirse.

PEDRO BENOIT

Hacedor de un plan prodigioso
Por Rubén Pesci
La figura de Pedro Benoit, Ingeniero Jefe del Departamento de Ingenieros del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, entrará en escena sólo cuando la gran epopeya fundacional ya había sido decidida. Los debates ardorosos, con el Gobierno de Roca (y Dardo Rocha como su líder) proponiendo la nueva capital, ya habían concluido con la federalización de la ciudad de Buenos Aires como Capital del país, y la decisión de crear una nueva ciudad capital para la poderosa Provincia de Buenos Aires.
Pero entre ese 1880, el 19 de noviembre de 1882, cuando se colocará la piedra fundamental, ya encontramos a Pedro Benoit en arduas tareas, dirigiendo el equipo técnico que trazará los planos de la nueva ciudad, apoyado por el Dr. Dardo Rocha, a la sazón Gobernador, en las elucubraciones que concluyeron en la opción por la localización en los Altos de la Ensenada.
El Departamento de Ingenieros ya era célebre, como veremos más adelante, en un marco de acciones relevantes de agrimensura y fundación de pueblos, como lo había determinado Sarmiento desde su Presidencia casi dos décadas antes. Pero es menos conocida su eventual vinculación a las ideas higienistas que se volcarían a la concepción fundacional, provenientes en el escenario mundial de líderes como Richardson y Chadwick, y en Argentina por los médicos argentinos Rawson y Wilde, y el biólogo italiano Emilio Coni (este último ya muy entrenado con la reconstrucción de Mendoza desde inicios de los `70).
No olvidemos en este ideario la influencia de Julio Verne, con su novela de 1877, "Los 500 millones de la Begum", que la prensa de entonces reconoce como inspiración directa para nuestros higienistas. Pero Dardo Rocha quería una nueva Capital higiénica y Benoit estaba a su lado. Era su ejecutor.
En realidad, Pedro Benoit tenía un doble raíz ( o triple quizás) que lo catapultó a ese rol histórico. Era descendiente de franceses, y tenía estas ideas humanistas ilustradas bien arraigadas en el iluminismo positivista que su país lideró desde el siglo XVII. Ciudades racionales, con planes, boulevares y parques, ya se habían consagrado en la urdimbre francesa del territorio en tiempo de los Luises.
Una segunda raíz, mas tangible: Pierre Benoit, su padre, ingeniero como él, llegó a la Argentina a fines del siglo XVIII, y contribuyó como pocos en las primeras obras públicas después de 1810: diques, canales, edificios prestigiosos. Evidentemente, Pedro tuvo en Pierre un padre orientador.
La tercera -posible- raíz, es que según algunos estudios Pierre Benoit había sido hijo de Luis XVIII, el famoso Delfín desaparecido cuando en la Revolución Francesa se decapito a toda su familia. El Delfín, escondido durante años, habría venido a Buenos Aires a inicios del Siglo XIX. Muestras caligráficas y otras pruebas así lo comprobarían, y su exquisita formación tendría de ese modo una explicación más lógica.
Puestos en 1880 a diseñar la nueva Capital, los ingenieros y arquitectos del Departamento de Ingenieros, aún instalado en Buenos Aires, tendrían a la vista los modelos del arte urbano europeo del siglo XVIII, las primeras ideas de la ciencia urbanística fundada por Ildefonso Cerdá, el autor del Ensanche de la ciudad de Barcelona, y también las retículas norteamericanas, que por entonces se hacían presentes en la fundación de nuevas ciudades, en el proceso de conquista y colonización del Oeste. Sin olvidar algunas buenas lecciones de la ciudad colonial en cuadrícula.
Benoit tenía un grupo excelente de colaboradores, arquitectos e ingenieros, y se percibe a lo lejos que había allí una atmósfera de creatividad formidable.
La planta propuesta por el Arq. Juan Martín Burgos fue sin duda muy inspiradora y éste venía de una experiencia intensa de estudios en Europa, en Italia en particular, donde se había realizado hacia 1870 el Plano para la nueva Capital del Reino de Italia, que realmente tiene grandes similitudes con el que más de 10 años después se decidiera realizar La Plata.
En el propio departamentos de Ingieros se estaban realizando los planes de ciudades como Chivilcoy, que contienen claramente elementos o patrones muy fuertemente vinculados al diseño de La Plata.
En principio, estos elementos son: el asentamiento sobre un área plana y bien drenada, la cuadrícula de manzanas, avenidas o boulevares que organizan la trama, plazas y parques en las intersecciones principales, y diagonales. Un límite general dispuesto para rematar la relación de la ciudad con el ferrocarril y el medio rural.
Parece claro que Benoit y sus proyectistas fueron avanzando alrededor de distintas composiciones de este mismo modelo, al cual se agregó una situación especial para el caso de La Plata: el Paseo del Bosque, como foco del proyecto, aprovechando la existencia allí del Casco de la Estancia de Pereyra Iraola.
El Plano Fundacional del que se dispone en archivo, y que se corresponde con la actual traza de nuestra ciudad, lleva la firma de Pedro Benoit. Y por eso se lo ha considerado el principal responsable del diseño de ese Plan prodigioso.
Considero de interés sólo filológico el empeñarse en saber si fue el propio Benoit o alguno de sus colaboradores, quienes tuvieron más trazos colocados sobre el papel hasta llegar a la mejor idea, sin duda la que se realizó. Cualquiera que participe de un estudio de proyectación o planificación, conoce las idas y vueltas que lleva un diseño y cómo finalmente hay una firma responsable que asume la titularidad por los demás.
No disminuye la valoración de Benoit la cantidad de líneas que él haya puesto sobre el dibujo final del Plano. El Plano salió aprobado y se llevó a cabo.
El Ingeniero Pedro Benoit no sólo realizó el Plan de La Plata, o al menos condujo al equipo que lo realizara. Este gran proyectista fue también el autor del Proyecto de la Catedral, junto con el Arq. Ernesto Meyer, obra destacadísima, y a pesar de todas las críticas que ha recibido por su estilo neo-gótico, perfectamente encuadrada en los criterios estilísticos fundacionales. Cada gran edificio monumental debía tener un estilo acorde a su función (típica premisa del eclecticismo imperante en la época) y la Catedral buscó sus raíces estilísticas en el estilo católico más famoso, el de las Catedrales góticas.
Benoit fue autor también (entre otras obras) del delicioso Observatorio Astronómico, donde en cambio recurrió al estilo neoclásico alemán, en clara alusión a una búsqueda de modernidad acordes con las funciones del observatorio.
Recordemos aquí que la cualidad como "arquitecto" tenía raíces en el padre de Pedro, Pierre Benoit, por lo cual no extraña estas espléndidas realizaciones que supieron combinar una sólida ingienería con una elegante arquitectura.
Es en esta dimensión que la figura de Pedro Benoit se erige aún más poderosa en el marco de la gran epopeya fundacional de La Plata. Sin duda fue Benoit el gran director de obras, el artífice de la rápida ejecución (piénsese que en 1889 La Plata ya contaba con 60.000 habitantes), y en la prodigiosa calidad de esa construcción, de la cual aún hoy gozamos los platenses.
Hubo un tiempo de gestación política, cuyo principal líder fue sin duda Dardo Rocha. Luego hubo un tiempo de gestación del Plan Fundacional, donde Benoit tiene el protagonismo cierto de haber dirigido el grupo de proyectistas y haber aprobado el Plano. Y hubo un tiempo de concreciones, en el cual definitivamente la figura de Pedro Benoit asume el primer liderazgo técnico.
Debe recordarse que en la famosa exposición mundial de Paris de 1889, La Plata fue presentada con bombos y platillos, y su maqueta y sus grandes fotografías demostraron la forma tangible del sueño. Estaba realizada y ya tenía muchos miles de pobladores.
Ello provocó que se le otorgaran a la gesta de nuestra ciudad dos medallas de oro: a la ciudad del futuro, y a la mejor realización construida. En ambas, Pedro Benoit fue un gran protagonista. Por eso, más allá de detalles sobre los cuales la investigación historicista va a seguir echando luz, merece ser considerado uno de los próceres de nuestra ciudad

LOPEZ MERINO

El poeta de las diagonales
"En la mañana buscó la noche", reza la leyenda breve pero grávida y significante del busto erigido en nuestra ciudad a la memoria de Francisco López Merino, de cuya temprana muerte -no alcanzó a vivir un cuarto de siglo- todavía se sigue hablando hasta el día de hoy.
La inscripción debida a Rojas Paz quiere espejar la luminosidad espiritual de su corta trayectoria, el diáfano relieve de su ensoñación poética y también la abrupta e injusta muerte, que cegaba la primavera de su vida. Allí, en medio de la algarabía de presencias infantiles o alternativamente en la serena templanza de la fronda que para él significó inspiración, la ciudad ha testimoniado su tributo permanente a quien le dio lustre y resplandor sin igual.
La frecuente quietud del Bosque parece ser el apropiado ámbito para recordar el sugerente sosiego de su obra. La vitalidad lírica del paseo se conjuga con la suya, y parece exaltar la lozanía de sus canciones interiores.
La Plata no olvida al poeta que cantó el romanticismo de sus gentes, el encanto sedante de sus ambientes y la lánguida y refinada espiritualidad de su vida interior. Las circunstancias inclinan a recordar los vibrantes homenajes que periódicamente exaltan la dimensión de su lirismo selecto.
En 1931, fue presentada en el Teatro Argentino su Obra Completa, que recogió sus dos obras, Tono Menor y Las Tardes, y los poemas póstumos. En la parte final de este volumen, y después de un elocuente exordio de Pablo Rojas Paz, se transcriben poesías de Jorge Luis Borges, Ricardo L. Molinari, González Carbalho, Fernández Moreno, Pedro Miguel Obligado, Mary Rega Molina y Carlos Podestá.
Pero es quizá en la obra de los poetas de La Plata especialmente reunida en la publicación del Círculo de Periodistas de la Provincia -López Merino y su mundo poético- donde reverbera quizá con acento conmovedor el influjo de su estro dulce y fluyente. En ese volumen colaboraron autores que dieron continuidad a la tradición política platense, idealizada en la existencia íntima y en la deslumbrante entonación de las expresiones de López Merino: María de Villarino, Raúl Amaral, Alejandro Denis Krause, Alfredo Fernández García, Natalio Glanzer, Gustavo García Saraví, Horacio Ponce de León y Norberto Silvetti Paz.
Esos fueron los tributos relevantes que se unieron al que el artista Agustín Riganelli concretara con el busto instalado cerca de la gruta del Boque. Pero hay una ofrenda permanente, que se renueva en la conmovedora actitud de quienes han experimentado el gusto estético que trasciende de la obra de uno de los más depurados exponentes de la poesía argentina. Hoy, mucho tiempo después de la trágica desaparición de Panchito, como todos sus allegados lo llamaban, se siguen renovando los testimonios de adhesión en la que fuera su casa natal y en el ámbito donde un busto recuerda su señorío espiritual y la melodiosa sonoridad de su canto.

JUAN VUCETICH

Un verdadero humanista
Por Atilio Milanta
Uno de los perfiles más conocidos, por no decir el único, de la multifacética personalidad del sabio, sin duda, es aquel que exhibe la imagen de un hombre serio frente a una lupa e impresiones digitales en estudio. En realidad, es lo que ha trascendido en todas partes. Por eso es que, si se dijera que Vucetich fue, además de dactiloscopista, un humanista de prestigio, un benefactor, un músico, un mutualista, un disertante y un escritor, entre otras inquietudes y actividades de consideración, incluyendo la de protagonizar en los espacios de la alta cultura, no pocos quedarían sorprendidos al desconocerse, o no saber lo suficiente, de esas aptitudes espirituales, intelectuales y filosóficas del maestro. En efecto, variados textos de Sislán Rodríguez, Antonio Herrero, Reyna Almandos, Adolfo Korn Villafañe y Giménez Perret, entre otros, dan cuenta de tales otras acendradas dedicaciones de Vucetich, las que, por cierto, nunca enervaron las del dactiloscopista. Ni viceversa.
Alfredo Palacios que lo conoció lo suficiente, a su turno, destacó esta relevante personalidad en ocasión de celebrarse el sexagésimo aniversario de la fundación de La Plata, inaugurando en el paseo del bosque platense el conocido monumento llamado Hemiciclo, compuesto de los hermes que honraron a la ciudad (Almafuerte, Ameghino, Korn, Spegazzini y Vucetich). Ninguno nació aquí, todos descansan en la necrópolis platense, y salvo Vucetich (que murió en Dolores), todos fallecieron en La Plata. Como se sabe, en 1941, al cumplirse la media centuria de la instalación del sistema identificatorio de Policía, mediante las impresiones digitales por Vucetich, sus restos mortales fueron traídos a la necrópolis local y depositados en el panteón de la Sociedad de Socorros Mutuos de la Policía que él mismo fundó el 29 de septiembre de 1894 y de la que fue su primer presidente (entidad que funciona en 59 Nº 584). Ya el célebre discurso de Bolívar en el congreso de la Angostura (el 11 de febrero de 1819) daba cuenta del concepto de seguridad social, tema que luego fue precisado como esa actividad primordial del Estado, aunque no exclusiva, tendiente a la satisfacción de todas las necesidades del hombre provenientes de riesgos, infortunios y contingencias, mediante prestaciones adecuadas, sobre las que dieron respuestas la previsión social, la asistencia social, las casas pías, entidades de beneficencia, ayudas, socorros y las mutualidades, entre otras variadas asociaciones, como dicha sociedad de Policía. Ya sabía Vucetich de todo ello, así como del infaltable principio de solidaridad que le da sustento a la seguridad social (o sea, ese sentimiento del hombre que le impele prestarse ayuda mutua).
Ese mutualista y benefactor manifestóse cotidianamente con su vocación de ayuda y de servicio. Así fue que puso en marcha, en 1905, la aparentemente inefable "gota de leche" traducida en la entrega gratis de un vaso de leche y galletas a los hijos de los agentes de policía de escasos recursos. Cuando un núcleo de esclarecidos universitarios se propuso fundar una institución que abordara el integral estudio de los grandes problemas sociales, dice Korn Villafañe, Vucetich se alistó al contingente y fue cofundador de la hoy Universidad Museo Social Argentino el 23 de mayo de 1911 (funciona en Corrientes 1723 de la ciudad de Buenos Aires).
Hijo de Víctor (ocupación tonelero) y de María Kovasevich, el sabio nació el 20 de julio de 1858 en Croacia (Lesina, población de Dalmacia, archipiélago en el Adriático, entonces bajo el dominio del imperio austrohúngaro). Se educó en un convento, y al egresar, plantó dos pinos los que, a su regreso en el viaje de 1913 por el mundo, parecieron como "dos cantinelas viejos, guardando la puerta del sultán" (según Octavio R. Amadeo). Y dirigiendo por entonces, en su juventud, algunas orquestas musicales de afición, otra dimensión de este espíritu con vocación general hacia la "alta cultura", no exclusiva de la filosofía (pues, muchas veces visitaba al viejo Korn, a quien lo tenía como su maestro de metafísica), sino de las regiones superconceptuales, casi místicas, de la música clásica contemporánea (Korn Villafañe), siendo uno de los más sutiles críticos y auditores que hubo luego en el país. Además compuso, ya en Argentina, varias avemarías, valses, mazurkas y antífonas, "Estasi d'amore", "Ayes de un alma", "Río del Danubio", "Hortus conclusus", etc. En los actos oficiales de la Fundación Juan Vucetich, el quinteto de vientos de la Agrupación Sinfónica de la Policía, habitualmente ejecutó la mazurka "Ayes de un alma", cuya partitura fotocopia del original fue llevada a dicha Agrupación. Y además, Vucetich refundó la Banda de Música de la Policía en 1900, haciendo designar director de la misma al maestro Pedro Ruta (padre de Mons. Juan Carlos Ruta).
En la vida de este grande, otra vida comienza el 24 de febrero de 1884 en que pisa tierra argentina arribando a Buenos Aires, junto con su hermano menor Martín (luego padre de Danilo que presidió la Universidad Nacional de La Plata en 1958/1961, dejando para el recuerdo el de una buena gestión) y demás compañeros (tales como Brazanovich, Dulch, Vulgerich e Ivanissevich, luego padre del famoso cirujano Oscar nacido en Buenos Aires el 5 de agosto de 1895). Su primera ocupación en la Capital fue en Obras Sanitarias; pero, el 15 de noviembre de 1888, durante la jefatura de Carlos J. Costa, ingresa al Departamento Central de Policía en La Plata como agente meritorio, sin chapa, en la Oficina de Contaduría y Mayoría, a las órdenes de Ernesto M. Boero, en donde, quizá, ya comenzaban a ponerse de manifiesto en Vucetich algunas aptitudes en el manejo de los llamados objetos ideales (especialmente, las matemáticas), los que luego serían los sólidos sostenes del sistema dactiloscópico (en efecto, harían afirmar nada menos que a Reyna Almandos, entre otros conceptos científicos y técnicos, que el aludido sistema puede ser calificado como "la expresión perfecta de la identidad", en todos sus aspectos, "puesto que es el método infalible y matemático de comprobarla" y porque, además, "todos los elementos esenciales se reúnen científica y orgánicamente"). No en balde se lo llamó "sistema", sobre todo si se tiene en cuenta que por tal se entiende el conjunto de reglas o principios sobre una materia enlazados entre sí. Recuérdese que habría comenzado con su primaria fórmula de 1.048.576 clasificaciones diferentes, sin olvidar que luego, en 1899, inventó el dactilónomo (que se conserva en el Museo), instrumento que permite la demostración gráfica de todas las posibles combinaciones sobre la base de los cuatro tipos del sistema dactiloscópico.
El 1º de mayo del siguiente año es designado auxiliar en la Oficina de Estadística (nueva oportunidad de vérselas con las matemáticas), organismo del cual dependía la oficina de identificación (por entonces con el sistema antropométrico: talla, longitudes varias de oreja derecha, pie izquierdo, brazos, altura de busto, amén de otras señales corpóreas visibles, tez, ojos, etc.). Y el 26 de septiembre fue promovido al cargo de jefe con el rango o jerarquía de comisario (el que detentó honrosamente hasta su retiro en 1912). Esa autoridad de honra y de prestigio, sin duda, no la ignoraba Vucetich que venía de la voz "auctoritas", lo que en Roma significaba el "ejemplo eminente", de lo que Vucetich dio prueba cabal en su desempeño exitoso y ético. Cuando se carece de tales atributos, la "auctoritas" deja de ser tal para trocarse en "autoritarismo".
La vida terrenal de Vucetich, comprensiva de los 66 años (20/07/1858-25/01/1925), se puede dividir exactamente en los dos períodos de 33 años cada uno, pues el año 1891 se instituye en lo que quizá la historiografía o la ciencia de la historia cataloga como lo de "tiempo-eje" o "año bisagra" o "principio de una nueva era" (Mayón, Herrero, Carr, Fustel), año en que la biocronología de Vucetich destaca con puntualidad y precisión lo siguiente. A mediado de dicho año visita al jefe de policía capitán de navío Guillermo J. Nunes (1857-1928) el legislador, periodista, político e ingeniero Francisco Seguí (1855-1935) y deja olvidado en su despacho el único ejemplar de la famosa "Revue Scientifique" (ejemplar 18, T. 47 del 2 de mayo de 1891) en la que se publicaba un trabajo titulado "Les empreintes digitales d'apres M. F. Galton" del médico y matemático Henry Croisnier de Varigny (n. 1855), comentando la disertación de Francis Galton (1822-1911, primo de Charles Darwin) pronunciada en la Royal Society de Londres (27/11/1890), quien enunciaría las tres leyes de la dactiloscopia (perennidad, inmutabilidad y diversidad infinita), aunque no llegó a edificar un sistema al modo en que concluyentemente luego lo hiciera Vucetich. Nunes advirtió la importancia del tema y convocó al joven Vucetich a su oficina y, entregándole el ejemplar de la citada revista, le sugirió que estudiara la posibilidad de incorporar, junto al sistema antromométrico, el de la identificación mediante los dibujos dactilares. Y el mencionado año "bisagra" culminó exactamente el 1º de septiembre de 1891 en que el comisario Vucetich inaugura la oficina de Identificación con los dos sistemas. El ejemplar de la citada revista se conserva en el Museo Vucetich.
Hasta entonces el sabio poco o nada sabía del tema, pero a su tiempo reconoció que, "penetrado de la trascendental importancia que revestían dichas investigaciones" (las de Galton, así como las de otros predecesores que él mismo cita, como las de Purkinje, Ranke, Lacassagne, Lombroso, Alix, Feré, Testut, Stern y Kollman, entre otros), trabajó empeñosamente sobre el tema, comenzando por verificar la verdad de las leyes de Galton, logrando luego edificar un sistema que llamó "icnofalangométrico", y luego, a instancias de Francisco Latzina, con la designación de "dactiloscópico" (en un primer paso con 101 tipos, y en uno final y conclusivo, de los siguientes 4: arco, presilla interna, presilla externa y verticilo). Vucetich afirma por entonces, con alto sentido reflexivo y trascendente, que "no es la ciencia quien ha querido que la identificación tenga un solo medio y logre una sola eficacia, es la naturaleza"; y además, que "todo es mudable en la vida, menos el esquema digital; todo es reproducible en los congéneres, menos el dibujo papilar. He ahí a la naturaleza".
Al siguiente año sucedió el tristemente célebre "Caso Francisca Rojas" (el doble filicidio de los menores de 4 y 6 años degollados mientras dormían, el 29 de junio de 1892, en Necochea, Buenos Aires), lo que dio ocasión de producirse el bautismo de fuego con la participación del Crio. Insp. Eduardo M. Alvarez quien, examinando huellas, etc., con evidente aptitud de policía científica, esclareció rápida y definitivamente el hecho.
Y las grandes condiciones de escritor y convincente disertante las puso de manifiesto, de modo categórico, con la publicación de varias obras ("Instrucciones generales para el sistema de filiación Provincia de Buenos Aires", en 1893, declarado texto oficial en 1895, y su "Dactiloscopia comparada", en 1904, reeditada en 1951, entre otras publicaciones importantes en revistas, etc.) y respecto a su disertación, vale completar expresando que en 1912 se retira de policía y emprende un viaje por distintas ciudades de Alemania, Austria, Bélgica, China, España, EE.UU., Francia, India, Italia, Japón, Portugal y Suiza, entre otras, confirmatoria de su merecida fama y de que este hombre sea justicieramente evocado, a punto tal que, además, calles, plazas, escuelas, institutos y la Fundación llevan su nombre. En esta prieta síntesis de la vida y obra vucetichianas, porque es lo menos que hoy, en el 122º aniversario de este matutino platense, puedo exponer de este hombre que honró a La Plata, que se erige en el ejemplo ético de la policía y que logró hacer trascender científicamente a la Argentina en el ámbito internacional con un sistema identificatorio que no pocos, justicieramente, piensan que viene de los viejos tiempos preparatorios de la Biblia (Job, 37, 7: El Señor ha puesto como un sello en las manos de todos los hombres, a fin de que conozcan todos que sus obras penden de lo Alto).

JOSE PODESTA


Patriarca del teatro nacional
Por Juan J. Terry
Don José J. Podestá, don Pepe o Pepino el 88, creador del teatro criollo rioplatense o teatro nacional, es la figura más insigne y representativa de la dramática argentina. Fue un hombre sencillo en su vida familiar, de costumbres austeras, aunque un aventurero audaz y emprendedor en su vida teatral, dotado de fino humor, de una precisa y sutil observación del medio que lo rodeaba y de las costumbres populares. En sus memorias "Medio siglo de farándula" sobresale como un escritor notable y de inspiración poética. El patriarca de nuestro teatro fue un artista apasionado, que desdeñaba la jactancia y la vanidad, un grande que se ganó el afecto y el fervor de los pueblos rioplatenses a los que estuvo permanentemente ligado, y que lo consideraron como el inspirador supremo de su teatro nacional. Estas circunstancias lo llevaron a estar vinculado a La Plata casi desde su fundación, pues hizo su primera visita a la ciudad el 15 de abril de 1884, en ocasión del traslado de los poderes a la nueva capital. Se habían preparado entonces grandes festejos y como la concurrencia era enorme y los hoteles y pensiones escasos, don Pepe tuvo que hospedarse en un banco de la plaza. Recordaba que dio vuelta el traje de Pepino y se lo puso para resguardo de su ropa particular, y que después de prender un buen fuego para templar el aire, que era bastante frío esa noche, tuvo el honor de ser el primer "atorrante" de la moderna ciudad fundada por el Dr. Dardo Rocha, su distinguido amigo, a quien le hizo mucha gracia cuando se enteró de lo ocurrido y lo del "primer atorrante de La Plata".
Don José Juan Podestá había nacido en Montevideo el 6 de octubre de 1858 donde se inició en el circo y en las actividades teatrales, y falleció en nuestra ciudad el 5 de marzo de 1935, en su casona ubicada en los altos del Coliseo Podestá, rodeado de sus hijos y nietos. Sus restos descansan en el mausoleo familiar en el cementerio local.
Las obras que interpretaban los miembros de la compañía de Podestá eran espectáculos que describían momentos no tan lejanos de la vida argentina, donde la observación aguda se entreveraba con el humorismo y la sátira. Ese muestrario gaucho constituía la expresión y síntesis de la vida nativa que se iba desdoblando en un hilo descriptivo, donde se ovilla la tradición del campo argentino. Se incluían anécdotas y recuerdos impregnados siempre de un deseo patriótico por enaltecer las cualidades morales de los habitantes de la campaña y también de la ciudad.
Desde muy niño, don Pepe aprendió a ganarse la vida para ayudar a sus padres y sus hermanos mayores. Era el quinto hijo de nueve hermanos de padres genoveses que se conocieron en Montevideo. Fueron sus hermanos Luis, Jerónimo, Pedro, Juan, Graciana, Antonio, Amadea y Pablo. Desde su domicilio al mar -recuerda- había sólo tres cuadras y hasta los 16 años vivió atraído por esa costa y su abundante pesca. Allí inició sus primeros ejercicios acrobáticos, saltando de piedra en piedra, trepando acantilados, navegando en barcas de pescadores. Su primer contacto con el circo ocurrió en 1872 cuando su padre hizo un viaje a Europa y tuvo libertad para asistir de noche a las funciones de las que de tanto en tanto se ofrecían en Montevideo. Al día siguiente, con otros muchachos ensayaban lo que había visto y poco a poco, ayudándose unos a otros, fueron haciendo combinaciones de ejercicios que mejoraban en la práctica. En 1873 instalaron con esos amigos un circo en una cantera con entrada gratuita. El público los alentaba tirándoles "vintenes" al payaso Rabagliatti, cobres que después se repartían por todos los que daban la función. En el 74 se asociaron con algunos músicos y en 1875 alcanzó a cobrar su primer sueldo.
Su debut como contratado tuvo inquietantes auspicios, ya que debió realizar la misma prueba que le había costado la vida al anterior trapecista. Recuerda que todas las miradas estaban fijas en él, que a su vez creía ver a su ex compañero en el suelo mirándolo aterradamente. "No perdí el aplomo, evoca, tomé las cuerdas, di una vuelta cayendo sentado en el trapecio, para quedar colgado de los pies, y enseguida ponerme de corvas, dar un pequeño balanceo, y acompañando de un grito me largué al suelo cayendo de pie. Así lo hice y una ovación clamorosa y entusiasta recompensó mi trabajo". Su primer sueldo, fue de 25 pesos, casa y comida. Como las finanzas de su buen amigo y director no andaban muy bien, a los seis meses dejó la compañía. Sólo había cobrado 42 pesos.
Con suerte varia a veces fracasos y otras éxitos, el 16 de mayo de 1880 deciden cruzar el río y trabajar en Buenos Aires. La compañía se llamaba entonces Rosso-Podestá y debutó en el Jardín Florida (Florida esquina Paraguay) el 29 del mismo mes. La temporada comenzó con suerte, pero al estallar una revolución, hubo que suspender las funciones por un tiempo en el que aumentaron todos los precios y se gastaron las ganancias. Cuando los partidos políticos se reconciliaron y se firmó la paz, se organizó un festival en el Teatro Colón antiguo a beneficio de las viudas y huérfanos de los batallones enfrentados: Mitre y Sosa. El éxito superó todos los cálculos y hasta fueron premiados con dinero.
Al enterarse del suceso don Pablo Raffetto -que había comenzado junto a ellos en Montevideo- vino a Buenos Aires desde Dolores donde estaba con su compañía y los invitó a comer para conversar en un restaurante de la calle Florida. El se había mandado preparar una docena de huevos fritos. Como don Pepe y sus compañeros habían cenado, Raffetto lamentó, porque había pedido una tallarinada para seis personas, "que se mandó al buche él solo entre charla y vasos de vino".
Formalizaron un arreglo para trabajar por el sud de la Provincia. El Ferrocarril llegaba hasta Azul y de allí se salía en carretones tirados por caballos o bueyes. "En ese tiempo, dice don Pepe, conocí las viejas estancias, miserables ranchos de paja y terrón; en algunas, alrededor del rancho se veía un gran foso con agua para resguardarse de las invasiones de los indios. Las divisiones de los campos se hacían con zanjas que a la vez servían para abrevaderos de la hacienda.
La vida en las carretas, por esos campos desiertos, en medio del frío, lluvia o inundaciones y caminos que eran fangales, es otro de los tantos hitos de aquellos valerosos actores, que cuando llegaban a ver las vías del ferrocarril tenían una alegría tan grande que se arrodillaban y besaban las vías.
Relata don Pepe que después de cumplir los compromisos con Raffetto volvió la compañía a Buenos Aires y de allí a Montevideo para pasar unos días divertidos en el Carnaval. Terminadas las vacaciones, planearon una odisea. Fletaron una balandra grande que los llevó hasta Rosario. Allí por falta de payaso, don Pepe asumió ese rol. Teniendo necesidad de un traje bolsudo de payaso, le encargó a su madre que le confeccionara uno con género de sábanas. Llevaba volados amplios con cintas negras en el cuello y los bolsillos y en la espalda un letrero que decía "El Gran Pepino". Con el tiempo el traje quedó deslucido, con mucho género blanco. Se le ocurrió entonces llenarlo de parches negros. A tal efecto, tomó un viejo levitón de su padre, lo deshizo y doblando un pedazo en cuatro sacó del centro, de un tijeretazo, un parche redondo. De un sólo golpe había hecho cuatro lunares negros y al desdoblar el pedazo de género cortado apareció el número 88 dejado por el corte de los lunares. Se le ocurrió aplicar aquel trozo numérico a la parte posterior del traje y esa noche ante la sorpresa de la misma compañía informaba al público que el payaso era "El Gran Pepino 88". El nombre se popularizó de inmediato y tan conocido se hizo que hasta en las veladas de lotería cuando salía el 88 se cantaba El Gran Pepino.
Lo de Pepino se debió a que cuando empezaron a trabajar con sus hermanos y Alejandro Scotti -después socio y cuñado- hablaban en italiano champurriado. Esa circunstancia italianizó el nombre que después lo acompañaría como otro yo, con tantos triunfos.
La pantomima "Juan Moreira", de Eduardo Gutiérrez, la habían ofrecido con éxito en una función a beneficio del circo de los hermanos Carlo y la volvieron a representar luego en otro beneficio con tal suceso que el circo resultó chico. Después de esta segunda función, al día siguiente por la mañana fue al circo a presenciar los ensayos con los animales. Cuando llegó se encontró con don León Beaupuy, un francés con muchos años en el país, sentado cómodamente viendo cómo los amaestradores enseñaban a las bestias. Don León felicitó a don Pepe por el éxito de la noche anterior, pero Podestá le pidió su opinión. El francés le dijo que había visto muchas pantomimas en Francia y entendía la expresión de la mímica, pero sin embargo había quedado en ayunas en algunos pasajes de la obra. Si esto me pasa a mi, que he visto tanto, qué no sucederá con otros", dijo. Don Pepe le explicó que junto con la mímica se producía el hecho que la hacía comprensible. Don León le sugirió que en vez de hacer los gestos, no decían simplemente, por ejemplo: "Señor, allí está Moreira que quiere hablar con usted, que es más claro y fácil". "En el acto, continúa don Pepe, comprendí el alcance de aquellas palabras". Refirió luego la indicación a los suyos y todos quedaron gratamente sorprendidos. La idea había caído en terreno fértil. El cambio era un poco brusco pero no imposible, y se puso de inmediato a transformar la pantomima en drama hablado. Aquello había ocurrido en Arrecifes, trasladándose luego la compañía a Chivilcoy, donde el 10 de abril (fecha memorable), se estrenó por primera vez el drama criollo hablado. El público habituado a las pantomimas a base de vejigazos y sainetes con finales en el que el garrote de paja resolvía todas las intrigas, halló de buenas a primeras algo que no esperaba, y de sorpresa en sorpresa, pasó al más vivo interés y de éste al entusiasmo y la gran ovación.
Nadie pensó que el alcance de aquella indicación de don León, dice don Pepe, demostraría que tenía entre manos un diamante en bruto, que había que pulirlo para que brillara, y el tiempo se encargó de ello. Se había producido casi sin saberlo, el momento más alto del teatro nacional.
A partir del Moreira se escenificaron una serie de obras con gauchos alzados, payadores y milicos, de autores nacionales que con anterioridad se hallaban a merced de la buena voluntad de los empresarios extranjeros. La mayoría de quienes escribían antes o paralelamente a la aparición de los Podestá, fueron atraídos a esa realidad innegable, al encuentro de estos artistas que hasta hacía poco tiempo daban volteretas en el picadero o piruetas sobre el trapecio. "Calandria", de Martiniano Leguizamón, constituyó después el salto que reveló las enormes posibilidades que existían en estos intérpretes. Luego siguieron "Política casera", de Soria; "Jesús Nazareno", de García Velloso; "Canción trágica", de Payró, hasta llegar a lo que se consideró el toque de nuestra escena: "La piedra del escándalo", de Martín Coronado. Es decir, que todos aquellos autores que tanto habían bregado por un teatro nacional, fueron llegando con su labor para fortificar la obra cada vez más empeñosa y de vastos alcances de los Podestá. Tres autores se van a destacar netamente en esta época; Roberto J. Payró, Gregorio de Laferrere y Florencio Sánchez, considerados como los representantes más valiosos y significativos del ciclo más feliz de la dramática argentina.
Fue don Pepe quien supo dar el alerta para que el arte escénico tuviera personalidad genuina, autóctona, y también el quien alcanzara con acierto a evocar desde el escenario la figura gallarda de nuestro gaucho. Estrella con luz propia del teatro rioplatense, su labor y su talento lo ubican entre los paradigmas de la escena argentina. Su silueta inconfundible, su ademán amplio y su verbo convincente, llenaban el escenario, confundiendo ficción con realidad. Fue un gaucho cabal, altivo y generoso, que prolongaba después de sus actuaciones el clima cordial de los bohemios auténticos. Pasó los últimos años en nuestra ciudad, en ese teatro en el que había confiado todas sus esperanzas, el Politeama Olimpo, rebautizado Coliseo Podestá, trabajando en jornadas intensas y donde mantuvo invariablemente el entusiasmo por la producción de los autores argentinos.
Quien dio su existencia por el teatro, sacrificando su vida, porque sabía que el tablado exige privaciones y él las hizo sin vacilar, se ha convertido hoy en un símbolo. Nunca miró atrás para lamentarse, porque sus ojos estaban en la ilusión de esas rutas infinitas que había transitado, y nunca fue saciada su sed de horizontes, artífice siempre de un nativismo triunfal que abarcó las dos orillas del Plata.
Alcanzó a ver la evolución a lo que podríamos llamar teatro ciudadano, pero el cambio no lo arredró, sabiendo que nuevas motivaciones y problemas acuciaban al hombre de la ciudad, que había reemplazado al Moreira, es decir la figura del gaucho perseguido por la arbitrariedad y la injusticia, por otros personajes y otros avatares. Por eso su figura trasciende su época y llega hasta nosotros siempre renovada.
José Juan Podestá: artífice de la cultura teatral rioplatense
José "Pepe" Podestá nació en la ciudad de Montevideo, República Oriental del Uruguay, el 6 de octubre de 1858.Hijo de los genoveses Pedro Podestá y María Teresa Torterolo, que llegaron a Montevideo a mediados del siglo XIX donde se conocieron y se casaron.Al poco tiempo se establecen en Buenos Aires y nacen Luis y Jerónimo. A su regreso a Montevideo tienen nueve hijos más. Uno de ellos, José, a los 15 años comienza a estudiar música en la Escuela de la Banda Municipal de Montevideo y ya por esa época, en una cantera de la zona, instala con sus hermanos un Circo.Desde 1873 no pararon de ofrecer creaciones en giras circenses por ambas márgenes del Río de La Plata. Como producto de esas giras, en 1883 surge el personaje del célebre payaso "Pepino el 88" bajo una carpa en el sur de la provincia de Buenos Aires.El 7 de mayo de ese mismo año, el ya famoso Don Pepe -José Podestá- se casa en la ciudad de Rosario con Baldomera Arias. Sus hijos también conformaron la gran compañía teatral. Siempre bajo una carpa incluso cuando llegó a tener un teatro propio "El Olimpo" y con toda su familia.Otro personaje de gran relevancia fue "Juan Moreira". Pepe Podestá representó este drama criollo con aperos, guitarreros, cantores y bailarines, un 10 de abril de 1886 en la ciudad de Chivilcoy. "Juan Moreira" fue el primer drama hablado que marcó el surgimiento de nuestro teatro nacional rioplatense.José Podestá pasa una ancianidad sin vejez, trabajando en las tablas hasta los 70 años rodeado de sus hijos y nietos. A su lado se formaron los más grandes actores y actrices argentinos.
José "Pepe" Podestá y La PlataEn sus "Memorias", José Podestá recuerda su primera estadía en nuestra ciudad al manifestar "Estando en Luján, una comisión de fiestas nos contrató para trabajar en La Plata el 15 de abril de 1884. Hubo grandes festejos porque se realizaba la trasladación de los poderes públicos provinciales a la nueva ciudad. Como la concurrencia era enorme y los hoteles y pensiones, escasos y reducidos, no daban abasto, tuve que hospedarme en un banco de plaza", a los que agrega "di vuelta el traje de Pepino y me lo puse para resguardo de la ropa particular y después de encender un buen fuego para templar el aire, que era bastante frío esa noche, tuve el honor de ser el primer "atorrante de la moderna ciudad"".De ese primer acercamiento a nuestra ciudad nacerá el vínculo que lo ligará eternamente con La Plata. En 1885 se instala en La Plata adquiriendo en compra el Pabellón Argentino "un circo con cuatro cabriadas de madera, cubierto de lona. Estaba ubicado en la esquina de 7 y 56, donde debutan el 11 de enero". La carpa de los Podestá no puede permanecer demasiados días enclavaba en una ciudad y es así que deja un tiempo La Plata hasta que, en 1887, intenta nuevamente radicarse aquí con la compra del Politeama 25 de Mayo -
un circo teatro- ubicado en la esquina de 51 y 10. Pero su vida andariega hace que deba irse nuevamente de nuestra ciudad para volver y retomar el teatro poniendo en escena exitosas temporadas.

JOAQUIN VICTOR GONZALEZ

Una visión para el siglo XXI a principios del siglo XX
Por Angel Luis Plastino
Aunque nacido en Nonogasta (Chilecito, La Rioja) el 6 de marzo de 1863, muchísimos platenses lo consideran Prócer de la Ciudad de las Diagonales. La obra de los grandes se agiganta a medida que el tiempo transcurre y sólo el futuro puede llegar a hacerles cabal justicia. Nietzche, por ejemplo, decía que escribía para el siglo XXI, predicción en este caso innegablemente cumplida. Similar es el caso del Fundador de la UNLP, Don Joaquín V. González. Político, legislador, funcionario, historiador, educador, filósofo, literato, miembro de la Real Academia Española y de la Corte Internacional de Arbitraje de la Haya, los múltiples aspectos de la labor de Joaquín V. González lo configuran como una de las personalidades más destacadas de la cultura nacional del período moderno y nos permiten ubicarlo entre los "Hacedores" de la Argentina. Mucho se ha escrito sobre él, especialmente en este periódico. Esta nota hace hincapié en su "Visión de Futuro", característica de todo gran Estadista. Se desea resaltar conceptos que, en los últimos 20 años, con el advenimiento de la Globalización y la Post-modernidad, llegan hoy día a ser moneda común, pero que fueron ya, increíblemente, claramente delineados por el Prócer Fundador de la UNLP.
La precocidad es la marca del genio. González estudió en Córdoba, en el aún hoy muy prestigioso Colegio de Monserrat. Con tan sólo 18 años debuta allí en el periodismo, colaborando con varios diarios mediterráneos. A los 21 ya enseña historia, geografía y francés en la Escuela Normal de Córdoba. A los 22 empieza a escribir su tesis doctoral y funda el periódico La Propaganda, siendo electo presidente del Club Universitario Estudiantil. A los 23 obtiene en la UNC el doctorado en Jurisprudencia. Regresa a La Rioja y es elegido diputado nacional por los períodos 1889-1891; 1892-1896; 1898-1901. Trabaja en la Comisión de Reforma Constitucional en 1887, y es encargado de redactar el proyecto de Constitución para La Rioja. Por entonces ya se lo considera uno de los más destacados juristas de Argentina. Joaquín V. González publica en esos días La Revolución de la Independencia Argentina, obra historiográfica e ingresa al diario La Prensa, siendo asimismo designado primer profesor de la Cátedra de Derechos de Minas de la UBA. En 1889 es electo Gobernador de La Rioja, hasta 1891, publicando en tal período su obra maestra: La tradición nacional, evocación que vincula paisaje, folklore, sociología e historia de Argentina. Cinco años más tarde llega a Profesor Titular de Legislación de Minas. En 1896 registramos su ingreso al Consejo Nacional de Educación. En 1901 el presidente Roca lo designa Ministro del Interior, aunque no abandona sus cátedras. En el Ministerio promueve una reforma electoral trascendente que consagraba el sistema uninominal (por el que se viene clamando desde hace décadas, sin que se vislumbre que pueda algún día retornar). Este sistema permite elegir personalidades notables como representantes del pueblo, en lugar de mediocridades escondidas en una lista sábana. Es así consagrado primer diputado socialista del país don Alfredo Palacios (también Presidente de la UNLP).
En 1904 González tiene a su cargo dos ministerios simultáneamente: Interior y Justicia e Instrucción Pública, desde el que crea el Instituto Nacional del Profesorado Secundario (INPS), cuando no había ninguno de tal tipo en Argentina. Hoy la Ciencia nos dice que es la temprana adolescencia la etapa crítica del desarrollo neuronal para el aprendizaje de conceptos abstractos, llave para acceder a la formación artística, profesional, empresarial o científica. Sorprendentemente, González ya lo presentía. El INPS debía asegurar excelencia uniforme en los Profesores secundarios de TODO el país, evitando las terribles desigualdades regionales que se padecen hoy. Sus primeros docentes fueron veinte profesores contratados en el extranjero, casi todos alemanes.
Luego, con el presidente Quintana, desde Justicia e Instrucción Pública, llega el momento crítico de la historia de nuestra ciudad: González crea en 1905 la Universidad Nacional de La Plata, hito histórico por el que el desarrollo científico nacional comienza en Argentina. Dice Don Joaquín que esta Casa de Altos Estudios debía responder a "una nueva corriente universitaria, que sin tocar el cauce de las antiguas y sin comprometer en lo más mínimo el porvenir de las dos Universidades históricas de la Nación (Córdoba y Buenos Aires), consultase junto con el porvenir del país, las nuevas tendencias de la enseñanza superior, las nuevas necesidades de la cultura Argentina y los ejemplos de los mejores institutos similares de Europa y América." Sería un Universidad Científica, como pregonara von Humboldt respecto de la Universidad de Berlín. En el siglo XXI Casas de Altos Estudios sin investigación científica no son ya consideradas Universidades por la comunidad internacional, sino meros "negocios" de algunos aprovechados.
Tras la muerte del Presidente Quintana, su sucesor, Figueroa Alcorta, lo designa a González Presidente de nuestra Universidad, función que desempeñaría brillantemente hasta 1918, en una gran tarea que caló hondo y cuyos frutos el país viene recibiendo hasta nuestros días. Existiendo más de 60 Universidades en el país, la UNLP lleva adelante más de un tercio de la producción científica de la Nación. González soñaba con una "República Científica Platense". Pues bien, pasados 100 años, la UNLP, pese a múltiples desgracias y avatares, sigue "vivita y coleando", produciendo cada año más y mejor Ciencia, para el país y para el mundo. Cerca de 3 mil investigadores en ciencias exactas y sociales, tecnólogos y artistas, en suma, "creadores", concentra la UNLP en un radio de pocas manzanas, grado de concentración que encuentra pocos paralelos en el planeta. Dice A. Capdevila en el Himno de la UNLP que Don Joaquín es "aquel anciano de gran linaje cuyos ensueños, hechos celaje, se van al cielo del Porvenir". Pues bien, a diferencia de casos eminentes de otros Próceres de nuestra historia, cuyos sueños quedaron sólo en eso, los de González se concretaron contundentemente.
La actual Globalización muestra rotundamente que el conocimiento de origen científico es el más importante insumo para la producción y que la formación intelectual de sus habitantes constituye la mayor riqueza de un país. China e India surgen hoy como grandes Potencias Económicas por tal motivo, y tenemos ya, como concreción indiscutible, los casos de Irlanda, Finlandia, Corea, Taiwán, etc., que nos muestran que no es el poderío político-militar lo decisivo para elevar el nivel de vida de las gentes. Veamos algunos conceptos de Don Joaquín, que auguraban esta situación. Nos dice el mítico 12-8-05: "...reflejará la nueva Universidad el estado presente de la cultura científica de la Humanidad,...será una Universidad actual, para todas las direcciones del pensamiento moderno, una Universidad Científica".
Buceando en su rica y prolífica Obra podemos encontrar decenas de testimonios que nos convencen de que, aunque hombre de fines del siglo XIX y principios del XX, González pensaba ya como lo hacemos hoy en el Siglo XXI. Su máximo legado al Porvenir, la UNLP, es "Nacional" no por mero formalismo de dependencia funcional. Sus hombres y mujeres trabajan en todo el territorio Argentino. Por ejemplo, en la Antártida, Tierra del Fuego, Entre Ríos, Misiones, la extensión de nuestra cordillera Andina, las junglas de Salta y Chaco, diversos ámbitos de la región pampeana, etc. Baste un solo dato anecdótico: el primer Atlas de la riqueza minera del país fue confeccionado ¿por quién? Por la UNLP, por supuesto. La UNLP está llena de "misioneros" en el sentido Gonzaliano. Por ello, aunque muchos con-nacionales lo ignoren, podemos con justicia decir, acompañando de nuevo palabras del poeta Capdevila que, a nosotros, los argentinos: la UNLP "nos ilumina, nos da calor, pues como viva llama se eleva, en ella, el nombre del Fundador".

FRANCISCO PASCASIO MORENO

Aventurero y héroe nacional
Por Héctor L. Fasano
Nació el 31 de mayo de 1852 en la ciudad de Buenos Aires y falleció en la misma, el 22 de noviembre de 1919, cuando tenía 67 años. Fue un auténtico idealista que se mantuvo fiel a los ideales de su infancia y de su juventud, ideales que constituyeron el motor permanente de una acción continuada hasta los últimos días de su vida. Por su consagración a la tierra donde nació y a su gente, fue calificado como prototipo de argentinidad. Por el amor, la generosidad y el desprendimiento que caracterizaron todos los actos de su vida, movido por una pasión noble y encumbrada, es considerado un héroe civil de la Nación.
Pedro Luis Barcia, en el prólogo del libro "Perito Francisco Pascasio Moreno. Un héroe civil", expresa lo siguiente. "Moreno fue un hombre prócero; valores como la integridad, el sentido patriótico, la idea de identidad nacional, la soberanía en varios terrenos, no solo el geográfico, el sentido ascético personal por su país, la capacidad de donación de sí, estuvieron encarnados en él".
Murió pobre; siempre trabajó por y para su patria y todo lo que recibió como recompensa lo devolvió para fundar el primer parque nacional de la Argentina, o vendiendo sus derechos de propiedad para la creación de escuelas, comedores escolares, hogares maternales y guarderías infantiles. Poco antes de morir escribió: "No puedo dormir pensando en lo mucho que hacer por la grandeza y defensa a nuestra patria ¡Qué duro es saber que la vida se acorta tan ligero! Pero ¿no es más duro vivir sin servir...?"
Teodoro Roosvelt, ex presidente de los Estados Unidos de América, que visitó nuestro país en 1918, dejó este testimonio escrito: "Usted ha realizado una obra que solo un escasísimo número de hombres de cada generación es capaz de llevar a cabo". Efectivamente: el legado que Moreno ha dejado al país es inmenso. No solo sus ideas y el ejemplo de su vida, sino también sus extraordinarias obras: el Museo de La Plata, sus trabajos como explorador y defensor de la soberanía nacional en las regiones australes y como perito en la cuestión limítrofe, que permitieran ampliar las fronteras de la civilización y de la ciencia, y significaron la incorporación a nuestro patrimonio de más de 250.000 km2 de tierras prácticamente desconocidas. Y en los últimos años de su vida, con perfiles diferentes: como filántropo, educador, sociólogo, humanista, legislador.
La vida de Moreno y sus obras pueden ordenarse en dos etapas. La primera que se extiende desde su nacimiento, 1852, hasta 1903, año en que se firma el Laudo Arbitral del rey de Inglaterra Eduardo VII; y la segunda que abarca el período comprendido entre 1903 y 1919, año de su fallecimiento. Durante la primera etapa transcurren la niñez y adolescencia de Moreno y el principio de su juventud (1853-1869); comienzan sus exploraciones personales (1874-1880), proseguidas más tarde con comisiones integradas por científicos y técnicos del Museo de La Plata, por él coordinadas y dirigidas. El 19 de noviembre de 1888 el Museo de La Plata, del cual fue su director hasta 1906, se abre al público, y entre 1896 y 1903 Moreno actúa como Perito Argentino en el diferendo limítrofe con Chile.
Su niñez y adolescencia reviste singular importancia ya que los tres objetivos fundamentales de su vida: el museo, "un sueño de niño", como él lo calificara, su pasión por la Patagonia y su deseo de resolver pacíficamente, con argumentos científicos, los problemas de límites con Chile, fueron concebidos ya en esta primera etapa de su vida. Su afán por coleccionar se manifestó desde niño, pasión heredada sin duda, nos dice Moreno, de una vieja tía abuela que todos los años llegaba en su carreta desde Colonia de Sacramento, a la casa de sus abuelos en San José de Flores. Allí, ante el asombro de los niños presentes, extraía de una gran arca sus maravillosos tesoros que había almacenado durante su largo y lento viaje.
Una serie de acontecimientos que se encadenan permiten ir incrementando sus colecciones hasta que, en 1872, cuando la familia residía en Parque de los Patricios, su padre decidió construir un edificio apropiado el que se denominó Museo Moreno.
Entre los acontecimientos más importantes que tuvieron lugar, y contribuyeron a concretar este objetivo, merecen especial mención dos de ellos: uno, la atención cordial y respetuosa que el sabio paleontólogo, Dr. Germán Burmeister, Director del Museo Público de Buenos Aires, dispensó a Moreno. Relación que, a pesar de la diferencia de edades -Moreno tenía 18 años y Burmeister 63- se transformó en una sincera amistad. Para concluir con la semblanza sobre este período de su vida no pueden dejar de mencionarse tres hechos muy significativos. Uno, el de la epidemia de fiebre amarilla que se desató en Buenos Aires en 1870. La familia Moreno, como muchas otras, se alejó de la ciudad. Fue a residir cerca de Chascomús, en la Laguna Vitel, en el establecimiento de un tío político, Leonardo Gándara. Aquí, durante más de cuatro meses, Moreno actuó como un auténtico explorador; y cuando retornó a Buenos Aires lo hizo con un cargamento de 40 cajones, que contenían restos fósiles y objetos diversos. Después de ser ordenados y clasificados, con el apoyo invalorable del Dr. Burmeister, fueron exhibidos en su flamante Museo.
Sus colecciones fueron elogiosamente comentadas en una publicación de la Revue d´Antropologie de París (1872), dirigida por el famoso científico Dr. Pablo Broca (1824-1880), fundador de la Escuela de Antropología, quien vaticinó un futuro brillante para el joven Moreno. Esta etapa se cierra con el viaje que realizó, en 1873, a Carmen de Patagones, y que constituyó su bautismo como explorador.
Entre 1874 y 1880 Moreno realiza cuatro exploraciones personales. Su concepto al iniciar la primera de ellas, al lago Nahuel Huapi, lo expresó así: "Esta expedición la emprendo solo, acompañado de algunos indios. Las grandes expediciones no siempre dan buenos resultados, está probado que más vale la exploración práctica de un país por un solo hombre que por muchos unidos. Cuando los indígenas ven hombres armados, tratan siempre de impedirles el paso. Además, no es lo mismo proveer de alimentos a veinte o treinta hombres que a uno, a quien acompañan gentes prácticas en estos terrenos".
Durante estas exploraciones Moreno recorrió más de 15.000 km por tierra, a pie y a caballo, y 1200 km por mar, ríos y lagos. Demostró tener aptitudes sobresalientes; coraje y audacia sostenidos por una gran resistencia física. No en vano se ganó la admiración y respeto de los indios -a quienes él también mucho respetó- que lo calificaron Huinca (cristiano) toro Moreno, o Valiente toro Moreno, máximos calificativos ponderativos usados por ellos. Los peligros y los padecimientos físicos y morales que soportó fueron muchos; más de una vez estuvo al borde de la muerte. Sobre todo en su última exploración, en la que permaneció prisionero de los indios por 15 días, hasta lograr fugarse en una balsa precaria, junto con sus dos compañeros, por el río Limay a lo largo de 8 días. Cuando llegó en tren a Buenos Aires debió ser bajado en una camilla porque no podía caminar y debió guardar reposo por 4 meses.
Apenas Moreno se hace cargo de la Dirección del Museo de La Plata, expresa lo siguiente: "El Museo, aparte de su misión específica como instituto puramente científico, debe servir a una causa verdaderamente nacional: al mejor conocimiento de la geografía física del país y de las riquezas de su suelo". Fue así que, con la colaboración del Gobierno Nacional, entre 1893 y 1895 se realizaron diversas exploraciones, integradas con personal científico y técnico del Museo, orientadas principalmente al estudio de regiones donde la demarcación de límites ofrecía dificultades, en especial las regiones de la Puna de Atacama, desde su límite con Bolivia hasta San Rafael, Mendoza. Y en 1896 se realiza una expedición monumental, que se inicia en enero y se prolonga hasta junio, calificada como una de las más espectaculares de la historia de las Ciencias Naturales del país, por el avance del conocimiento de esas extensas regiones. Cinco comisiones integradas por veinte científicos y técnicos exploraron durante seis meses la zona cordillerana, recorriendo 7.155 km y relevando un área de 170.000 km2 entre San Rafael, Mendoza y el lago Buenos Aires, Santa Cruz.
Moreno considera que la fecha de iniciación de su museo se remonta a un día de julio de 1867, en que junté en el fondo de Palermo las piedrecillas que a la larga serían la base del Museo de La Plata. Esta colección primitiva, exhibida en el mirador de su casa paterna ubicada en la esquina de Bartolomé Mitre y Uruguay, va aumentando con otros materiales obtenidos en sus expediciones a la laguna Vitel, donde la familia se había instalado durante la epidemia de fiebre amarilla en 1871.
Posteriormente la familia se traslada a Parque de los Patricios, donde el padre, en 1872 resuelve construir un edificio adecuado para museo con una superficie de 200 metros cuadrados. Con las colecciones provenientes de sus exploraciones personales, realizadas entre 1874 y 1880, la capacidad del museo quedó colmada. Moreno entonces resuelve, en 1877, donar sus colecciones al Museo Antropológico y Arqueológico de la Provincia de Buenos Aires. En 1884 se aprueban los planos del edificio del Museo de La Plata y Moreno es designado Director del mismo; entonces, las colecciones de la Provincia de Buenos Aires se incorporan al flamante museo, que abre sus puertas al público el 19 de noviembre de 1888, sexto aniversario de la fundación de La Plata. Para 1890 ya era famoso y desde múltiples sectores, científicos y extracientíficos llegaban elogios y ponderaciones, ubicándoselo entre los cinco primeros del mundo.
En 1896 las relaciones entre la Argentina y Chile estaban muy comprometidas; Moreno aparecía como una figura indiscutida para ocupar la delicada función de Perito. Por ello, apenas regresó de la exploración emprendida con gente del Museo -junio de 1896- el presidente de la República, José E. Uriburu le ofreció el cargo de Perito Argentino, que Moreno aceptó convencido de poder prestar servicios útiles al país. Fueron siete años de trabajos intensos y de profundas preocupaciones. Poco después de ser designado, en enero de 1897, partió rumbo a Santiago de Chile. Para ganar tiempo, cruzó la cordillera a lomo de mula, acompañado por su esposa y cuatro hijos, y su secretario, Clemente Onelli.
En 1898, en la reunión en Santiago de Chile de Peritos de la Oficina Internacional de Árbitros se pusieron en evidencia diferencias tan profundas que imposibilitaron llegar a un primer acuerdo. Ante esta situación Moreno concibió un propósito osado: reunió a los presidentes de Argentina y Chile para instar a sus representantes a que procuren resolver estas cuestiones en forma pacífica. Su gestión fue exitosa y el 15 de febrero de 1988 se realizó la histórica reunión en el Estrecho de Magallanes. Comienza entonces un período de debates ordenados. Moreno, durante casi dos años, reside principalmente en Londres donde actúa como asesor geográfico de la Comisión Argentina. Por fin en 1902 se firma un Acuerdo Previo y en 1903 los miembros de las comisiones de los tres países comienzan a recorrer la Cordillera para la colocación de hitos.
En 1903 Moreno termina su función como Perito y en 1904 se reintegra como Director del Museo de La Plata. En 1906 presenta su renuncia a este cargo y pasa a vivir con su familia en su quinta de Parque de los Patricios, en la manzana ubicada en Pedro Echagüe 2750 (hoy Cátulo Castillo), entre Catamarca y De Luca. Tenía la intención de dedicarse a escribir a la sombra de su querido aguaribay. Pero no pudo ser así; el destino le deparó una sorpresa.
Moreno decidió dejar abiertos los portones de su quinta, para que los niños de los barrios pobres vecinos pudieran entrar y llevarse los frutos de los árboles. Conversa con ellos, y advierte que muchos están mal alimentados y, además, no concurren a la escuela. Comienza entonces a servirles un plato de sopa diario y unos panecillos. Esto no lo conforma; piensa que además hay que enseñarles a leer. Como no tiene recursos, vende las tierras que le quedan de las otorgadas por el gobierno y construye una gran cocina, un comedor, un aula y una habitación para el maestro. Nacen así las Escuelas Patrias, mantenidas con sus recursos durante varios años, donde son atendidos hasta 200 niños por día.
Moreno ha de continuar con sus exploraciones, pero en lugar de recorrer desiertos, lagos, ríos y montañas, explora tierras incógnitas, anegadas la mitad del año y donde pulula la miseria.
En 1910 Moreno jura como Diputado Nacional -era Presidente entonces Roque Saenz Peña- cargo para el cual había sido elegido años antes. Recién lo hizo cuando su programa de atención social y educación a los niños desamparados fue incorporado al Patronato de la Infancia. Su actuación legislativa fue brillante; presentó, acompañado en ocasiones por otros diputados, siete proyectos de ley, de rigurosa actualidad. Varios de ellos fueron transformados en ley muchos años después, como el Proyecto de extensión de líneas férreas en Patagonia, concretado en 1931.
Cuando a mediados de 1913 fue propuesto para ocupar el cargo de Vicepresidente del Consejo Nacional de Educación, resolvió aceptarlo y, en consecuencia, renunciar como Diputado. Tres años estuvo en el Consejo y durante este período promovió y logró que se aprobaran importantes iniciativas, entre ellas las escuelas dominicales para adultos que no conocían nuestro idioma.
En 1914 presentó un proyecto titulado Alimentación de niños menesterosos, donde se reafirman los derechos que asisten a los niños y la obligaciones inherentes al Estado para garantizar su ejercicio pleno. Si el Estado obliga al niño a concurrir a la escuela, el niño tiene derecho a que lo alimente cuando sus padres no están en condiciones de hacerlo. Este fue su último cargo público; no obstante como simple ciudadano, en los últimos años de su vida, y aún en sus últimos días, siguió pensando en su país.
En 1917 escribe una extensa nota al Ministro de Agricultura, Dr. Honorio Pueyrredón, preocupado por el mal uso de los recursos naturales de nuestras tierras y de las fáciles concesiones que se otorgan. Una semana antes de su muerte escribe una carta al Ing. Frey, su amigo y colaborador en los años que actuó como Perito, poniéndolo en conocimiento de que piensa hacer un viaje hasta el lago Nahuel Huapi, para concluir el levantamiento topográfico de toda la zona. Como no tiene recursos, piensa costear su viaje con la venta de algunos cuadros, y le pide la devolución de su máquina fotográfica. Pocos días antes de su muerte solicita una entrevista con el presidente Yrigoyen, preocupado por la falta de información del gobierno sobre la Patagonia. El 20 de noviembre de 1919 es invitado al acto de celebración del fin del año lectivo de la escuela de Barracas, de la cual fue su protector. En esa ocasión es invitado a participar en una excursión con alumnos por el Delta, en su conocido vapor Vigilante. Prometió su asistencia, que no pudo cumplir; la muerte lo sorprendió un día antes, el 22 de noviembre.
Conocido su deceso, la ciudad se movilizó para rendirle homenaje; amigos, comisiones de maestros y de niños de las escuelas, de los Boys Scauts, intelectuales y científicos del país y del extranjero, instituciones de Europa y América estuvieron presentes. En cambio, de parte de las autoridades nacionales hubo un vacio inconcebible: su muerte fue ignorada.

FLORENTINO AMEGHINO


Un pionero de la investigación
Por Rosendo Pascual
Mucho es lo que se ha dicho y escrito sobre Ameghino y su obra, pero creo que todavía quedan algunos puntos salientes de ellos que no han sido debidamente juzgados. Muchas falsas ideas han circulado sobre Ameghino, tanto en el pueblo en general como en los más selectos medios científicos, oscilando desde una infundada y casi mística adoración hasta el igualmente infundado denuesto. Esto solo ya lo hizo famoso en algún momento de la última parte de su vida, tanto como en los años que siguieron a su muerte en 1911. Yo creo que la más justa y desapasionada crítica de su vida como investigador de la Paleontología argentina fue hecha por el Dr. George Gaylord Simpson, famoso paleontólogo norteamericano, que no sólo conoció su producción geológica y paleontológica, sino uno de los pocos que siguió en Patagonia los pasos de Carlos Ameghino, por directa y desinteresada indicación de éste. Carlos, como veremos, fue la mano derecha de Florentino, y el autor de las observaciones geológicas y recolección de los vertebrados fósiles del Terciario (primera parte de la Era Cenozoico) de la América meridional (Patagonia) que en el mundo científico moderno sellaron como indeleble el mejor ganado prestigio del nombre Ameghino. De allí que el título de la sucinta cuan enjundiosa biografía crítica de Simpson fuera "The work of the Ameghinos" (El trabajo de los Ameghino). Su objetividad y justeza es tal que el debido reconocimiento exige si no la transcripción al menos la expresión sucinta de algunos de sus juicios.
Cuando los hermanos Ameghino iniciaron sus carreras, Florentino fue un oscuro maestro de escuela provincial, sin ninguna formación científica formal o educación superior. Carlos, su hermano menor, tuvo sólo la básica formación escolar. Sin embargo, ellos revolucionaron la geología de América del Sur, escribiendo uno de los más importantes capítulos de la historia de la Tierra. La contribución de Carlos probablemente es menos apreciada y conocida, aun hoy en día. Florentino nunca dejó de reconocer lo que debía a su querido hermano, pero fue él quien publicó los resultados de la investigación de ambos y por ello devino conocido como el gran científico. Tanto es así que "Ameghino" significó siempre Florentino.
Florentino se dedicó primeramente a la "prehistoria" del Hombre Americano, equivocadamente empeñado en demostrar su antiquísimo origen de primates sudamericanos, y terminó por adentrarse en el estudio de las formaciones geológicas modernas -geológicamente hablando- de la pampa que contenían sus restos para, consecuentemente, derivar en el estudio de los mamíferos especialmente, pero con menor intensidad de todos los demás vertebrados que convivieron con ellos. Así se incrementó su particular interés sobre el origen de los sedimentos de lo que él reconoció como Formación Pampeana, incluyendo aquéllos no portadores de "su" pretendido hombre fósil, y que hoy reconocemos como más antiguos, pero de una génesis geológicamente relacionada a aquéllos, y que bien justificaron su inclusión en su Formación Pampeana. Especialmente el estudio de los mamíferos de su Formación Pampeana lo introdujeron en el estudio de sus orígenes filogenéticos, que, naturalmente, lo fueron llevando a la prospección, exhumación y estudio de los más antiguos antecesores que iban apareciendo en todo el territorio argentino. Y es ésta la orientación que terminó por convertirlo en el mejor paleontólogo de su época en el conocimiento de la historia evolutiva de los mamíferos sudamericanos, como dijo Simpson, uno de los más importantes, y yo diría único, capítulo de la historia de la Tierra. Y aquí comienza a hacerse grande la figura de su hermano Carlos, para terminar constituyendo con Florentino un inigualado e indisoluble equipo humano, cuya consecución "was one of the most remarkable in scientific history" (fide Simpson, 1948), esto es, "fue uno de las más remarcables en la historia científica". Con sus esfuerzos e inteligencias aunados terminaron por echar las bases del conocimiento geo-paleontológico del extremo austral del continente sudamericano: Carlos en el campo y Florentino en el gabinete proveyeron la más rica y trascendente documentación jamás lograda por la distinta pero integrada labor científica de sólo dos hombres: el conocimiento fundamental de la geología y de la paleontología de la porción sudamericana comprendida entre el Trópico de Capricornio y el Estrecho de Magallanes.
Los Ameghino habían construido los primeros peldaños de la escalera que los condujo, directa o indirectamente, a reconocer la ubicación de las cuencas petrolíferas patagónicas y sus potencialidades. No titubeo en considerar a esta parte de la obra de "los" Ameghino como la más trascendente. Si bien merecieron justas críticas adversas, todas ellas fueron más el producto del avance del conocimiento que de errores como fue dable hallar en el resto, especialmente en aquélla parte de Florentino relativa a la supuesta gran antigüedad, origen y filogenia del hombre en el continente sudamericano, que con tanta fiereza defendió Florentino, en respuesta a igual fiereza iniciada por algunos de sus críticos, muchos de ellos malintencionados y usando muchas veces argumentos equivocados. Lo cierto es que tanto las observaciones en el campo, por ambos hermanos en la región pampeana y por Carlos en la Patagonia, como el estudio de los vertebrados, en especial los mamíferos fósiles terrestres por Florentino, les permitieron descifrar casi la total secuencia del Terciario y el Cuaternario extra-cordillerano del territorio argentino, que pasó a ser modelo -y en mucho lo sigue siendo- para el continente sudamericano todo.
Carlos, el menor de los hermanos, fue quien correctamente descifró la casi total secuencia del Terciario temprano y medio de Patagonia. Las tremendas dificultades físicas y las privaciones involucradas sólo pueden ser imperfectamente apreciadas por aquéllos que han viajado por la Patagonia central sobre rutas y en automotores, por lugares en los que Carlos tuvo que hacer sus propios senderos, o usar los senderos de los indios que colaboraron con él, sea a pie sea a lomo de equinos. La geología es excepcionalmente confusa. Como lo dijera Simpson, es evidencia de esto que muchos geólogos, académicamente entrenados como no lo fue Carlos, y contando con la ayuda de sus pioneros trabajos y con muchas mejores facilidades de las que él contó, fallaron en el reconocimiento de las secuencias estratigráficas correctas _y aún lo inculparon de sus propias fallas!-. Decía Simpson que él estuvo sobre los terrenos que estudiara Carlos y que había controlado prolijamente lo que por su cuenta escribió su hermano Florentino, y que falló en hallar algún error de real valor en cualquiera de sus observaciones de campo.
Florentino Ameghino fue un ilustre ciudadano platense, porque al fundarse el Museo de La Plata a fines de 1886 fue llamado por F.P.Moreno, su fundador, a ocupar la Subdirección y Secretaría del mismo, y como tal se convirtió además en el fundador del Departamento de Paleontología. A su instancia su hermano Carlos fue nominado Naturalista Viajero. Es entonces cuando éste comienza sus expediciones geo-paleontológicas a la Patagonia, que poco durarían en tal carácter porque, al año del nombramiento de su hermano, la desinteligencia de éste con el Director determinó el alejamiento de ambos. Pero, Florentino se hallaba tan unido a La Plata por una gran simpatía que no la abandonó más, pasando aquí sus últimos días. Nombrado desde 1902 Director del Museo de Historia Natural de Buenos Aires su peculiar figura era conocida por los platenses cuando a las mañanas se dirigía a la estación, y al anochecer cuando regresaba, después de haber asistido a su despecho de Director del Museo Nacional. Desde el año 1892 tenía instalado en La Plata una librería bajo el nombre de "Rivadavia", en la esquina de calle 60 y 11, en cuyo edificio actual nos tocó colocar una placa recordatoria. De las seguramente escasas ganancias que obtuvo de ese negocio surgieron los fondos para que Carlos continuara sus fructíferas expediciones a Patagonia. Y aquí murió, por efecto de una diabetes que nunca quiso tratar, a pesar del más que insistente ruego de sus amigos, particularmente de su querido Dr. Spegazzini.
Parafraseando a R.Dawkins, pareciera que el mundo está dividido entre cosas que parecen haber sido diseñadas por "alguien" (alas, ruedas de un automotor, corazones y televisiones), y cosas que simplemente aparecen por el "involuntario" trabajo de los fenómenos físicos (montañas y ríos, dunas de arena, y los sistemas solares). Ameghino, como Charles Darwin, se movió en la última de esas dos divisiones. Él siguió descubriendo, como lo hiciera Darwin, la manera por la que las autosuficientes leyes de la física hacen que las cosas "simplemente sucedan", y en la plenitud del tiempo geológico lleguen a imitar deliberados diseños. Él fue no sólo el primer científico argentino -como lo calificara nuestro Premio Nobel Bernardo Houssay en una reunión del Directorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, a la que asistí como miembro-, aquél que, por primera vez, no sólo hizo que la investigación de un argentino trascendiera las fronteras de nuestra patria, sino que estuvo entre los primeros que a nivel global adoptara rigurosamente la doctrina evolucionista de Darwin, en un momento en que muchas de las más prominentes personalidades del mundo científico se burlaban, dudaban o simplemente rechazaban los argumentos del "transformista" Charles Darwin. Ameghino decía (tomado de "Obras Completas y Correspondencia Científica de Florentino Ameghino"): "Hace cosa de unos ocho o diez años, si mal no recuerdo, mis manías transformistas les parecían a mis amigos tan ridículas, que no podían creer en mi afirmación de que había un Darwin y un Huxley que las sostenían públicamente y me las atribuyeron como propias. Decididos a apartarme del camino del Infierno, para conseguirlo resolvieron ponerme en ridículo. Publicábase por entonces un diario satíricoburlesco, titulado "El Cencerro", del que solo aparecieron unos cuantos números. Un día recibí bajo sobre un ejemplar: había en él un gran número de palabras dispuestas en laberinto y con el siguiente título encima: "Lección de zoología moderna por el profesor Ameghino". Días después, un amigo que juraba no ser el autor de la gracia, que poco me preocupaba, me mandó la clave para su lectura. No recuerdo textualmente su contenido, pero era en sustancia lo siguiente: "Los hombres antes del Diluvio Universal eran cuadrúpedos y sólo después se hicieron bípedos. Estas ideas, que para ridiculizarme estamparon con palabras vulgares y hasta podría decir groseras, son, al fin, las verdaderas y las mismas que profeso actualmente".
Ese discurso publicado en el año 1882 fue ulteriormente prólogo de su libro "Filogenia" (1884), que despertó juicios tan justos como injustos, siguiendo la tendencia que en el mundo entero siguió su obra toda, y lamentablemente no solo por dotados críticos, sino por quienes eran y son legos absolutos u opositores por imitación de quienes siguen considerando su obra como una blasfemia, y a él como condenado al camino del Infierno _donde debe estar yaciendo en brazos de Lucifer, el príncipe de los ángeles rebeldes. Yo, como cristiano, y como Galileo, me cuesta creer que Dios, que nos concedió la gracia del sentido, de la razón y el intelecto haya pretendido que olvidemos su uso. Solo deseo terminar con este breve recordatorio haciendo mías las palabras de Víctor Mercante (Doctor Florentino Ameghino. Su vida y su obra): "Este hombre -y yo agrego, como su hermano Carlos-, consagrado durante cuarenta años al trabajo, a la investigación, al pensamiento; extraño a los halagos de la vida fácil, modesto, probo, sin envidias, sin odios, sin ambiciones que no fueran nobles, hijo de sus obras, como los grandes civilizadores, es el ejemplo más puro que podemos ofrecer de voluntad y dedicación a la juventud argentina _porque Ameghino como Sarmiento, es la escuela de los que se hacen (hicieron) solos", en un momento en que su formación académica universitaria en el campo de la Paleontología era imposible.

ENRIQUE GALLI

El señor de la Abogacía
Por Augusto Mario Morello
Si los abogados platenses, en un cielo que cuenta constelaciones de extraordinarios letrados de valía y fecunda trayectoria, necesitamos ocurrir al referente cabal de nuestra noble actividad, sin hesitación, elegimos el nombre del doctor Enrique V. Galli. Bastonero de nuestra orden en los tiempos fundacionales de la colegiación que organizó una ley sabia y de raro equilibrio interior y encanto técnico, la número 5.177, estuvo al frente del Colegio de Abogados de La Plata entre 1948 y 1955, en horas difíciles. Nubes y sombras opacaban en la segunda parte de esos períodos la libertad y las garantías de los ciudadanos y complicaban el desempeño pleno de nuestro cometido enfrentado a excesos del poder y a un debilitamiento de los resortes y contrapesos de la Sociedad y de la Justicia. El horizonte de dignidad institucional quedó afectado y las circunstancias llevaron a que el Colegio desplegara una presencia activa que fue impecable y constante.
¿Cuál fue el secreto del doctor Galli? Tener muy en claro la finalidad de la vocación de Abogado y cuál la responsabilidad consecuente que involucra la del directivo del Cuerpo que los nuclea y gobierna. Es decir sus deberes. Porque como lo enseñara otro magnífico abogado de nuestra ciudad, el doctor Ceferino Merbilháa, la valía de un hombre se mide por dos parámetros: por las obligaciones que asume durante su tránsito terrenal y por el amor que suscita en sus semejantes. Constantes que son imperativo en cualquier oficio o menester: así los doctores Favaloro y Sbarra, médicos famosos y filántropos sin límites; López Merino y García Saraví, poetas; Joaquín V. González, hacedor de la Universidad; César A. Bustos y Carlos Acevedo, legisladores; Balbín, con sus principios políticos; Amilcar A. Mercader como profesor y magistrado de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, para mencionar algunos de los hombres relevantes de nuestro historial.
¿Qué atributos se hospedaban en Galli para que la trascendencia de su figura se convierta en un hecho institucional paradigmático y simbólico? Es que constituye la nutriente con la cual los abogados sirven a la causa de la resistencia moral, fuerza que no ha cedido -ni cederá- como nota distintiva de su magisterio profesional. Sin declinar la autoestima por su quehacer. Tales atributos armonizaron en la conjunción de prudencia, convicción, firmeza y coraje civil. Responsable es el que está obligado a responder por algo o por alguien. Y Galli lo hizo como Presidente del Colegio y en nombre de todos los abogados. Para ello puso el máximo cuidado, competencia en el saber jurídico, serena sensatez de juicio y circunspección. Característica suya fue la de la firmeza ética (Kant) de quien no se deja dominar ni abatir. Nunca obró en contra de sus convicciones, a las que estaba adherido e integraban su yo confiable.
Para ser personaje estelar, formador de conductas de abogados y poder así oficiar en las diversas manifestaciones del Derecho -profesor, juez de la Corte, tratadista, político, diplomático, escritor, periodista, historiador- lo primero es ejercer de abogado, porque en ello se radica en compendio todo el arco iris descripto. Ser Abogado independiente en aquellos días de vigilia y de tensión y atenerse a los deberes que era necesario cumplir. Lo acató sin desfallecer como un natural comportamiento al que había abrazado para realizarse. Y porque fue prudente, firme y tuvo coraje civil, lo llevó a cabo sin ruidos ni desplantes, con un auténtico perfil que le hizo ganar espacios y consideración. Al igual que la que rodeaba a Alberdi, Calamandrei, Linares, Orgaz, Bidart Campos, Cappelletti o Bobbio. Cada hacer lo satisfizo con responsabilidad.
Han pasado décadas y siempre retornamos al arquetipo Galli, porque supo trazar el sendero que los abogados hemos de recorrer en tiempos normales y, especialmente, en los otros. Como fieles escuderos del Derecho para hacer Justicia. Alertó, al igual que Ernest Benda, ex Presidente del Tribunal Constitucional de Alemania, cuando les dijo a sus colegas compatriotas que si los abogados y la ciudadanía teutonas no se hubieran dejado ganar por la apatía el nazismo no hubiera arraigado; Galli también supo orientar en la férrea defensa de la Constitución y el respeto a la ley. Su imborrable personalidad, pareja a la de Couture, es fragua de energía y estímulo para animar la misión social del abogado. Cada letrado, no solo de nuestra morada, en esta justa recordación, en el rincón más puro de su alma, ha de guardar, devotamente, el mensaje de este gran señor de la Abogacía que sigue acompañándonos como guía constante.