
"Varias son las ciudades que amo, ya sea por su belleza o por las bellezas que atesoran, los recuerdos que más traen o lo mucho que les debo en el desarrollo de mi vida: entre ellas y en primerísimo término se encuentra Florencia, luego Roma, Milán, Munich, París, Buenos Aires; pero existe una sobre todas a las que me siento ligado por lazos de profundo afecto y recuerdos que me son muy caros: es La Plata, la ciudad más joven de mi país, de planta urbana cuadrada cruzada por diagonales abiertas, emplazada en una llanura sin fin sobre la margen del río más ancho del mundo, con aguas espesas de deslumbrante color óxido o plata de tonalidades cambiantes. Los colores y las formas que retuve cuando niño, las llevé conmigo por dondequiera fuesen mis pasos y están en mis telas".
Este recuerdo emotivo de su ciudad natal pertenece a Emilio Pettoruti, el pintor argentino de mayor estatura internacional, vanguardista en tiempos de combate, incomprendido y rechazado, objeto de burla por parte de un país que mantenía su aire campesino y retardatario. Un pintor que debió soportar que en 1947, nueve años antes de que se le otorgara uno de los más importantes premios internacionales, se intentara desde esferas oficiales rechazar su obra en el Salón Nacional por considerarla parte del "arte degenerado" término igual al utilizado por el nazismo para calificar a las expresiones de vanguardia.
Sin embargo, ninguna puerta cerrada, ningún insulto ni burla, variaron el reconocerse argentino y su amor por La Plata. Recordaba Hugo Soubielle, un reconocido pintor platense, que llegado él a París en los años 60, le habló por teléfono para llevarle unos libros que le enviaba el doctor Noel Sbarra y Pettoruti, que ya era un pintor famoso en Europa, lo recibió ese mismo día en su casa "y charlamos tanto, que me quedé a cenar, y después seguimos hablando hasta las 2 de la mañana, algo raro en él porque era muy metódico y siempre se acostaba antes de las 11 de la noche. Pero a esa hora me preguntó, "¿sabe qué día es hoy? Hoy es 19 de noviembre, el día de nuestra ciudad" y llamándola a su hermana, le pidió que trajera champagne para brindar por La Plata". El maestro guardaba la imagen casi fundacional que había conocido de chico, con "plazas de un verdor incomparable y un magnífico bosque de eucaliptos donde el birloche de mi abuelo o nuestros caballos, retardaban el paso para respirar mejor el perfume de la fronda; bosque de ensueño que el vandalismo edilicio se encargó de devastar para amonedar la madera de sus árboles gigantes".
Emilio Pettoruti nació a las cuatro y cuarto del 1º de octubre de 1892 en una ciudad que recién comenzaba a levantarse y que tenía menos de diez años de vida. Vivió con sus padres en una casona de 3 y 54 señalada hoy con una chapa recordatoria. Su vida de chico transcurrió en el Bosque cercano, que tanto amó, y en lo de su abuelo, en diagonal 74 y 11, en donde a los 11 años pintó en lo alto de un muro un gran canasto azul con flores amarillas, en una precoz demostración vocacional que supieron leer sus mayores. Recuerda en su libro "Un pintor ante el espejo", su breve paso por las academias de Antonio Del Nido, un pintor español muy viejito y la de Atilio Boveri, de quien no guardó un buen recuerdo y de Emilio Coutaret. Pero lo que más rescata de ese tiempo es la inquietud de los jóvenes y la avidez por la lectura. De esa ciudad todavía pequeña pero en la que cabían grandes utopías, guardó sus encuentros en la biblioteca del Jockey Club con Benito Lynch o con Rafael Arrieta y sus visitas a Almafuerte.
Pero esa vida en donde los sueños ocupaban más que las realidades, dio un giro total en 1913, cuando partió a Italia en donde lo recibió el estallido de la vanguardia y se zambulló de lleno en ella. Tomó contacto con los jóvenes artistas y con el ya famoso Marinetti, el autor del Manifiesto Futurista. Viajó por Italia y expuso en sus principales ciudades con un buen reconocimiento de crítica lo mismo que en Berlín. En 1923 se radica en París por breve tiempo trabando amistad con Juan Gris y Gino Severini. En 1924 regresó a Buenos Aires, exponiendo en octubre de ese año en Witcomb en donde su muestra, decididamente vanguardista para nuestro país, provocó un escándalo lo mismo que en una exposición que realizó en nuestra ciudad en donde llegaron a escupirle sus telas. Pettoruti siguió trabajando, dando conferencias para explicar la vanguardia y exponiendo con la precaución de poner vidrio a sus marcos para proteger sus obras. En 1927 fue nombrado director del Museo Provincial de Bellas Artes.
En 1940 comenzó a cambiar su relación con el país. Una primera muestra retrospectiva en Buenos Aires cosechó muy buena crítica. Las burlas y los escupitajos habían quedado atrás. Viajó en 1944 a Estados Unidos, recorrió universidades, mostró sus obras. Paso a paso alcanzó el reconocimiento que merecía y que tuvo su máxima expresión en 1956, al ganar el premio Guggenheim de las Américas y al estar a punto de obtener el Premio Mundial otorgado ese año en París a Ben Nicholson, Pettoruti estuvo entre los tres finalistas junto a Tamayo. Pero ya Europa lo había valorado y le había abierto las puertas de sus principales galerías y museos. En ese lapso tuvo un sólo tropiezo. En 1947 sectores muy reaccionarios se habían apoderado de la cultura oficial y presionaron para que un jurado integrado por Soldi, Policastro y Césareo Bernaldo de Quirós rechazara su obra en el Salón Nacional por considerarla "arte degenerado", lo que fue rechazado por los tres. Eran los mismos sectores ultramontanos que coparon las Universidades años después, en tiempos de Isabel Perón.
No fue sencilla la vida de Pettoruti en La Plata y en el país en los primeros años. De vuelta de Europa, en unos años 20 llenos de ebullición universitaria y poética entre las diagonales y las plazas, Pettoruti no tuvo buena acogida entre sus pares para los que la vanguardia era todavía el impresionismo de fines del siglo XIX. Entonces su refugio fueron los poetas, Panchito López Merino que publicó una elogiosa crítica en uno de los diarios de entonces y Delheye, Rippa Alberdi y Mendióroz. Fueron sus amigos, los que compartían su mesa de café y el intercambio de ideas. En Buenos Aires ocurrió otro tanto. Mientras los pintores le organizaron una muestra paralela burlándose de su arte, fueron los integrantes del grupo Martín Fierro los que lo apoyaron y protegieron.
Panchito López Merino escribió en 1925 que "los motivos que Pettoruti ha realizado constituyen, en su mayoría, jardines fragmentarios, nubes cercanas, árboles florecidos, olivos de un verde casi húmedo, tardes de un gris lluvioso, que despiertan en la memoria ecos verlenianos, melódicas sugestiones de balada". Pero debe reconocerse que no todos obraron de la misma forma. Si bien dirigentes del Jockey Club de La Plata concurrieron a su estudio para adquirirle un cuadro para la pinacoteca de la institución y al ver las pinturas no se animaron a hacerlo, sus cuadros fueron comprados por una oligarquía educada en sus viajes anuales al viejo continente. Por eso Nazar Anchorena, Güiraldes -el padre de Ricardo- y el entonces gobernador de Córdoba, Ramón Cárcano, todos de filiación conservadora, adquirieron sus obras. Cárcano un bellísimo cuadro que hoy muestra el museo Caraffa, "Los bailarines".
Hombre tenaz y de fuerte carácter, muchas veces sorprendente, como cuando buscaba un azul para un mosaico que estaba realizando y no lo hallaba, porque debía ser "un" azul y no cualquiera. Cuentan que un día paseaba y en una casa de regalos vio un gran florero exactamente de ese azul. Ingresó al negocio y lo compró y en el momento en que iban a envolverlo lo golpeó contra el mostrador hasta romperlo. "Así el paquete es más pequeño", le dijo al asombrado dependiente. Radicado en Europa no todos tuvieron la suerte de Soubielle, con el que trabó amistad y hasta recibió como regalo de despedida una cena en un famoso restaurante en donde Pettoruti eligió el menú en secreto con el mozo: un bife con papas fritas y huevos fritos. Contaba otro pintor muy reconocido en la Argentina que al llegar a París conoció a una de sus alumnas. Al saberlo argentino le dijo que le pediría a Pettoruti que lo recibiera. Cuando se lo consultó, el maestro que estaba en plena tarea para una muestra le dijo: y bueno, decile que venga aunque no tengo tiempo, porque sino andan diciendo que no recibo a nadie. Desde ya, el pintor argentino no lo visitó.
Pettoruti fue un clásico que vivió su tiempo y se expresó en el lenguaje de su época. Pocos pintores han logrado su perfección y sus obras de una belleza indiscutida, tienen un manejo del color muy personal y de una delicadeza que aporta lirismo a una geometría que podría haber sido polar. Hugo Soubielle señala que "tuvo un sello distintivo que está presente en toda su obra. Aunque él se decía constructiva tuvo una influencia clara del cubismo. Pero su paleta es claroscurista con una enorme preocupación por captar la luz. Discutía a los cubistas aunque para él, según me dijo, el más grande de todos fue Juan Gris. A los otros los consideraba muy toscos y Pettoruti era muy refinado. Hay mucha modulación del color".
Carlos Pacheco, otro reconocido pintor platense, lo reconoció en su momento como "un pintor excepcional con una paleta no cubista, muy elegante y hasta le dio al cubismo un lujo que a veces puede parecer excesivo. Pese a su gran calidad, no puede decirse que haya sido un precursor. El llega a la vanguardia cuando ya está instalada en Europa. Por lo que tengo entendido no era una persona fácil porque tenía un carácter muy fuerte".
Alberto Sartoris, crítico italiano, lo definió como "un moderno que pinta como un clásico" y ese grande de la crítica y de la promoción del arte nuevo que es Rafael Squirru, tituló su comentario como: Pettoruti, la épica de lo clásico y lo finaliza afirmando que "es precisamente este equilibrio logrado al máximo en nivel intensidad, lo que hace de Pettoruti uno de los grandes clásicos de nuestro tiempo, un pintor épico como corresponde a su condición americana, respuesta del pueblo-continente, como lo quiere un pensador peruano, al lirismo hondo de un Juan Gris. Clásico por vocación y por oficio, este maestro argentino nos habla de la aventura humana que se traduce en una historia que no cesa, aquí, en nuestra América".
Este recuerdo emotivo de su ciudad natal pertenece a Emilio Pettoruti, el pintor argentino de mayor estatura internacional, vanguardista en tiempos de combate, incomprendido y rechazado, objeto de burla por parte de un país que mantenía su aire campesino y retardatario. Un pintor que debió soportar que en 1947, nueve años antes de que se le otorgara uno de los más importantes premios internacionales, se intentara desde esferas oficiales rechazar su obra en el Salón Nacional por considerarla parte del "arte degenerado" término igual al utilizado por el nazismo para calificar a las expresiones de vanguardia.
Sin embargo, ninguna puerta cerrada, ningún insulto ni burla, variaron el reconocerse argentino y su amor por La Plata. Recordaba Hugo Soubielle, un reconocido pintor platense, que llegado él a París en los años 60, le habló por teléfono para llevarle unos libros que le enviaba el doctor Noel Sbarra y Pettoruti, que ya era un pintor famoso en Europa, lo recibió ese mismo día en su casa "y charlamos tanto, que me quedé a cenar, y después seguimos hablando hasta las 2 de la mañana, algo raro en él porque era muy metódico y siempre se acostaba antes de las 11 de la noche. Pero a esa hora me preguntó, "¿sabe qué día es hoy? Hoy es 19 de noviembre, el día de nuestra ciudad" y llamándola a su hermana, le pidió que trajera champagne para brindar por La Plata". El maestro guardaba la imagen casi fundacional que había conocido de chico, con "plazas de un verdor incomparable y un magnífico bosque de eucaliptos donde el birloche de mi abuelo o nuestros caballos, retardaban el paso para respirar mejor el perfume de la fronda; bosque de ensueño que el vandalismo edilicio se encargó de devastar para amonedar la madera de sus árboles gigantes".
Emilio Pettoruti nació a las cuatro y cuarto del 1º de octubre de 1892 en una ciudad que recién comenzaba a levantarse y que tenía menos de diez años de vida. Vivió con sus padres en una casona de 3 y 54 señalada hoy con una chapa recordatoria. Su vida de chico transcurrió en el Bosque cercano, que tanto amó, y en lo de su abuelo, en diagonal 74 y 11, en donde a los 11 años pintó en lo alto de un muro un gran canasto azul con flores amarillas, en una precoz demostración vocacional que supieron leer sus mayores. Recuerda en su libro "Un pintor ante el espejo", su breve paso por las academias de Antonio Del Nido, un pintor español muy viejito y la de Atilio Boveri, de quien no guardó un buen recuerdo y de Emilio Coutaret. Pero lo que más rescata de ese tiempo es la inquietud de los jóvenes y la avidez por la lectura. De esa ciudad todavía pequeña pero en la que cabían grandes utopías, guardó sus encuentros en la biblioteca del Jockey Club con Benito Lynch o con Rafael Arrieta y sus visitas a Almafuerte.
Pero esa vida en donde los sueños ocupaban más que las realidades, dio un giro total en 1913, cuando partió a Italia en donde lo recibió el estallido de la vanguardia y se zambulló de lleno en ella. Tomó contacto con los jóvenes artistas y con el ya famoso Marinetti, el autor del Manifiesto Futurista. Viajó por Italia y expuso en sus principales ciudades con un buen reconocimiento de crítica lo mismo que en Berlín. En 1923 se radica en París por breve tiempo trabando amistad con Juan Gris y Gino Severini. En 1924 regresó a Buenos Aires, exponiendo en octubre de ese año en Witcomb en donde su muestra, decididamente vanguardista para nuestro país, provocó un escándalo lo mismo que en una exposición que realizó en nuestra ciudad en donde llegaron a escupirle sus telas. Pettoruti siguió trabajando, dando conferencias para explicar la vanguardia y exponiendo con la precaución de poner vidrio a sus marcos para proteger sus obras. En 1927 fue nombrado director del Museo Provincial de Bellas Artes.
En 1940 comenzó a cambiar su relación con el país. Una primera muestra retrospectiva en Buenos Aires cosechó muy buena crítica. Las burlas y los escupitajos habían quedado atrás. Viajó en 1944 a Estados Unidos, recorrió universidades, mostró sus obras. Paso a paso alcanzó el reconocimiento que merecía y que tuvo su máxima expresión en 1956, al ganar el premio Guggenheim de las Américas y al estar a punto de obtener el Premio Mundial otorgado ese año en París a Ben Nicholson, Pettoruti estuvo entre los tres finalistas junto a Tamayo. Pero ya Europa lo había valorado y le había abierto las puertas de sus principales galerías y museos. En ese lapso tuvo un sólo tropiezo. En 1947 sectores muy reaccionarios se habían apoderado de la cultura oficial y presionaron para que un jurado integrado por Soldi, Policastro y Césareo Bernaldo de Quirós rechazara su obra en el Salón Nacional por considerarla "arte degenerado", lo que fue rechazado por los tres. Eran los mismos sectores ultramontanos que coparon las Universidades años después, en tiempos de Isabel Perón.
No fue sencilla la vida de Pettoruti en La Plata y en el país en los primeros años. De vuelta de Europa, en unos años 20 llenos de ebullición universitaria y poética entre las diagonales y las plazas, Pettoruti no tuvo buena acogida entre sus pares para los que la vanguardia era todavía el impresionismo de fines del siglo XIX. Entonces su refugio fueron los poetas, Panchito López Merino que publicó una elogiosa crítica en uno de los diarios de entonces y Delheye, Rippa Alberdi y Mendióroz. Fueron sus amigos, los que compartían su mesa de café y el intercambio de ideas. En Buenos Aires ocurrió otro tanto. Mientras los pintores le organizaron una muestra paralela burlándose de su arte, fueron los integrantes del grupo Martín Fierro los que lo apoyaron y protegieron.
Panchito López Merino escribió en 1925 que "los motivos que Pettoruti ha realizado constituyen, en su mayoría, jardines fragmentarios, nubes cercanas, árboles florecidos, olivos de un verde casi húmedo, tardes de un gris lluvioso, que despiertan en la memoria ecos verlenianos, melódicas sugestiones de balada". Pero debe reconocerse que no todos obraron de la misma forma. Si bien dirigentes del Jockey Club de La Plata concurrieron a su estudio para adquirirle un cuadro para la pinacoteca de la institución y al ver las pinturas no se animaron a hacerlo, sus cuadros fueron comprados por una oligarquía educada en sus viajes anuales al viejo continente. Por eso Nazar Anchorena, Güiraldes -el padre de Ricardo- y el entonces gobernador de Córdoba, Ramón Cárcano, todos de filiación conservadora, adquirieron sus obras. Cárcano un bellísimo cuadro que hoy muestra el museo Caraffa, "Los bailarines".
Hombre tenaz y de fuerte carácter, muchas veces sorprendente, como cuando buscaba un azul para un mosaico que estaba realizando y no lo hallaba, porque debía ser "un" azul y no cualquiera. Cuentan que un día paseaba y en una casa de regalos vio un gran florero exactamente de ese azul. Ingresó al negocio y lo compró y en el momento en que iban a envolverlo lo golpeó contra el mostrador hasta romperlo. "Así el paquete es más pequeño", le dijo al asombrado dependiente. Radicado en Europa no todos tuvieron la suerte de Soubielle, con el que trabó amistad y hasta recibió como regalo de despedida una cena en un famoso restaurante en donde Pettoruti eligió el menú en secreto con el mozo: un bife con papas fritas y huevos fritos. Contaba otro pintor muy reconocido en la Argentina que al llegar a París conoció a una de sus alumnas. Al saberlo argentino le dijo que le pediría a Pettoruti que lo recibiera. Cuando se lo consultó, el maestro que estaba en plena tarea para una muestra le dijo: y bueno, decile que venga aunque no tengo tiempo, porque sino andan diciendo que no recibo a nadie. Desde ya, el pintor argentino no lo visitó.
Pettoruti fue un clásico que vivió su tiempo y se expresó en el lenguaje de su época. Pocos pintores han logrado su perfección y sus obras de una belleza indiscutida, tienen un manejo del color muy personal y de una delicadeza que aporta lirismo a una geometría que podría haber sido polar. Hugo Soubielle señala que "tuvo un sello distintivo que está presente en toda su obra. Aunque él se decía constructiva tuvo una influencia clara del cubismo. Pero su paleta es claroscurista con una enorme preocupación por captar la luz. Discutía a los cubistas aunque para él, según me dijo, el más grande de todos fue Juan Gris. A los otros los consideraba muy toscos y Pettoruti era muy refinado. Hay mucha modulación del color".
Carlos Pacheco, otro reconocido pintor platense, lo reconoció en su momento como "un pintor excepcional con una paleta no cubista, muy elegante y hasta le dio al cubismo un lujo que a veces puede parecer excesivo. Pese a su gran calidad, no puede decirse que haya sido un precursor. El llega a la vanguardia cuando ya está instalada en Europa. Por lo que tengo entendido no era una persona fácil porque tenía un carácter muy fuerte".
Alberto Sartoris, crítico italiano, lo definió como "un moderno que pinta como un clásico" y ese grande de la crítica y de la promoción del arte nuevo que es Rafael Squirru, tituló su comentario como: Pettoruti, la épica de lo clásico y lo finaliza afirmando que "es precisamente este equilibrio logrado al máximo en nivel intensidad, lo que hace de Pettoruti uno de los grandes clásicos de nuestro tiempo, un pintor épico como corresponde a su condición americana, respuesta del pueblo-continente, como lo quiere un pensador peruano, al lirismo hondo de un Juan Gris. Clásico por vocación y por oficio, este maestro argentino nos habla de la aventura humana que se traduce en una historia que no cesa, aquí, en nuestra América".